lunes, diciembre 08, 2008

Amanecida




Dentro de poco saldrá el sol. El viento,
aún con su fresca suavidad nocturna,
lava y aclara el sueño y da viveza,
incertidumbre a los sentidos. Nubes
de pardo ceniciento, azul turquesa,
por un momento traen quietud, levantan
la vida y engrandecen su pequeña
luz. Luz que pide, tenue y tierna, pero
venturosa, porque ama. Casi a medio
camino entre la noche y la mañana,
cuando todo me acoge, cuando hasta
mi corazón me es muy amigo, ¿cómo
puedo dudar, no bendecir el alba
si aún en mi cuerpo hay juventud y hay
en mis labios amor?

Claudio Rodríguez
Alianza y condena

miércoles, julio 23, 2008

Libro malo


UN LIBRO MALÍSIMO

Carta de un amigo a otro

Muy señor mío:

Pecador soy, y muy grande, pero no tanto (a mi pobre juicio) que merezca la espantosa penitencia que vuestra merced me impone, enviándome el librete del Licenciado Carmona. Recibíle con tres actos de contrición, que apliqué por tres personas: el primero por mí; el segundo por vuestra merced; y el tercero por el triste Licenciado. Pésame de haberle pedido; pésame de que vuestra merced me le hubiese enviado; y me pesa mucho más de que el Licenciado Carmona hubiese emporcado los moldes y su buen nombre con esta rara obrilla.
[...] En fuerza de esta inclinación, sea buena o sea mala, en teniendo noticia de algún librete nuevo, me alampo por leerle; pero las más de las veces me sucede lo que a los calenturientos de fiebre aguda y ardiente: están rabiando por beber; y si alguno de los circunstantes, con piadosa crueldad, se rinde a sus instancias o a su porfía, al experimentar los perniciosos efectos de su antojo, rabian más por haber bebido y dan al diablo la caridad de el que condescendió con ellos.
Resistióse vuestra merced a la primera, segunda, tercera y cuarta instancia que le hice para que me comunicase el Método Racional, porque sabía muy bien lo que yo pedía y lo que vuestra merced me negaba; pero al fin rindióse a la quinta y, condescendiendo con mi perverso gusto, hizo añicos el quinto mandamiento matándome de medio a medio.

[...] lo que convence o lo que prueba , vuestra merced lo dirá mientras yo doy un refregón a las manos y vuelvo a enristrar la pluma para escupir mis reparos.

Y sea el primero: ¿A qué fin o por qué motivo sale al teatro del mundo, y no menos que de molde, el Licenciado Carmona con tufos de escritor y con sus polvillos de hombre de letras? Él dice que por volver por su honor, que supone ajado; y trae luego aquel textecillo del Eclesiástico, más ajado que su honor: "Habe curam de bono nomine".

[...] Pero ¿no nos dirá el Licenciado Carmona quién fue el malsín y descomulgado follón que tuvo avilantez para alterar la salud o la sanidad de su nombre? Él echa la culpa al doctor don Alfonso Ruiz y a Manuel de Medina, médicos; aquél, titular de la ciudad de Segovia; y éste, cirujano de primera letura en la misma ciudad. Conózcolos a entrambos aún más por las señas del alma, que por las facciones del semblante. Cónstame por buenos informes y noticias muy seguras que ambos son maestrazos en sus facultades respectivas y que entrambos pudieran graduarse en la facultad de atentos, modestos, cortesanos y templados; si se dieran borlas a los que sobresalen en este género de ciencias; desde luego apuesto una peluca blonda (para que en caso de perder, tenga siquiera el Licenciado Carmona una muda de peluca) a que ninguno de los dos, fuera del ardor natural de la controversia, en el ejercicio actual de las consultas se descompuso en la menor expresión que fuese ligeramente denigrativa del "buen nombre y honor" del Licenciado Carmona. Pero finjamos (ya que el señor Licenciado nos abre el campo para fingir) que alguno de ellos, o entrambos, se descuidasen en decir (y no sería grandísimo pecadazo) que no veneraban los dictámenes de Carmona como los Aforismos de Hipócrates, por esta razón, por la otra y por aquélla; este tizne venial quedaba arrinconado en un corrillo y olvidado en la noticia o en el desprecio de cuatro. Ninguno lo supiera si el Señor Licenciado no nos lo revelara; conque en suma, él mismo nos descubrió su caca por ocultarla, y se repitió el casico curioso de aquella dama púdica, que sorprendida de repente por su galán en la postura de cierta natural evacuación, queriendo afectar que estaba sentada, se sentó de veras y muy de plano sobre la mala cosa: el mozuelo, que era bellaco y algo arriscado de narices, conoció al punto la maula, y asiéndola blandamente del brazo, la levantó diciéndola con ternura picaresca:
¿Para qué es encubrir la cosi-cosa,
si así te ensucias más, querida Rosa?


Valga la verdad; el Licenciado Carmona tenía fieros pujos de escritor; reventaba por verse de molde y hacer patentes los terribles dictados de Cirujano Latino de la Real Familia de Obras y Bosques, titular de Segovia, con su bocado de Don y el saborete de Licenciado. Parecióle que en un siglo tan fecundo de escritores, en que es desdichada la madre que no tiene un hijo que imprima, él también podía meterse entre la bulla, hacer ruido con su poco de folleto. Pues, sin más ni más, finge agravios, sueña desprecios, enarbola la pluma, borrajea dislates, dalos a la prensa y cátate que ya me soy el Autor Carmona, quieran o no quieran.

[...] Llama el Licenciado Carmona a su librete Método Racional; supongo que es mote, y que le puso este nombre por antífrasis; así como llamamos pelones a los que no tienen pelo,
Y llamamos rabones a los mulos
cuando no tienen rabos en los cu...


Todo lo malo se halla en el tal librete, excepto lo racional y lo metódico, que de ello nada tiene, ni malo ni bueno; el método es puramente práctico, sin mezcla de especulativo; prescribe reglas para curar, sin pararse en definir.

[...] Ahora bien (preguntaría yo al Licenciado Carmona, si le tuviera presente), díganos vuestra merced en puridad, ¿en todos estos once capítulos se descubre siquiera alguna cosa que huela a método, práctica y gobierno con que se ha de curar, no digo yo un sabañón complicado con el morbo más cruel, pero ni aun la picadura de una mosca, complicada con el beso taimado de algún piojo? Cierto, que sin querer, se me viene a la memoria la manía de aquel loco que andaba pregonando por las calles de Sevilla: "Cualquiera persona que quisiere saber cómo se cata un melón, acuda al Tío Antón". Llegaban los muchachos, y le preguntaban: "Tío Antón, ¿cómo se cata un melón? ¿Cómo?" - respondía el loco en tono muy magistral - "sabiendo el Credo, y los Artículos de la Fe".

[...] Mientras tanto quiero yo cerrar mi armería hasta otra Carta, en que espulgaré los seis primeros capítulos del Método Racional, y diré á Vmd. mis ofrecimientos. Vmd. no dexe de acudir á la Estafeta, porque estaré fijamente á mi palabra; y si ocurriere por allá algo de nuevo, con el motivo de esta mi primera Carta, espero aviso pronto, para hacerme cargo de ello en la segunda. No mas por ahora, sino que Vmd. añada por ataharre en el froncis del Método Racional esa Decimilla que fabricó el Barbero de este Pueblo.

El Método racional,
y lo que en él se contiene,
de racional solo tiene,
lo que tiene de animal.
De la Familia Real
de Obras, Bosques y sus Frutos,
son del Autor atributos;
con que el Señor Bachiller
cirujano viene á sér
de Piedras, Troncos y Brutos.


Guarde Dios á Vmd. y le prospere, como le ruego cada dia. Fresnal del Palo, á 6. de Julio de 1732.



José Francisco de Isla
1732
En EL ENSAYO ESPAÑOL (2). El siglo XVIII.
Crítica, 1997

lunes, junio 02, 2008

Las arañas de Azorín



“Las sociedades animales son tan interesantes como las sociedades humanas. Los sociólogos las estudian con gran cuidado. Las hormigas y las abejas se agrupan en urbes, regimentadas sabiamente; son metódicas unas y otras, son laboriosas, son sagaces, son perseverantes, son humildes, son industriosas. Las arañas, en cambio, no se agrupan en sociedad jerarquizada; son más fuertes. Los naturalistas se plañen por su insociabilidad, excepto arácnidos como los opiliones. Y no hay animal más difundido sobre el planeta.
Viven bajo las aguas, como la argironeta o arañabuzo; corren sobre la superficie de los lagos, como el dolomelo orlado; fabrican su morada sobre las piedras, como la segestria; se agazapan en un pozo guateado de blanca seda, como la teniza minera, se columpian en aéreas redes, como la tejenaria, corren, nadan, saltan, vuelan, minan, trepan, tejen, patinan. Y en su insociabilidad hosca tienen como mira capital, como sentido esenciadísimo, el amor a la raza. El amor a la raza está en las arañas sobrepuesto a todo interés peculiarísimo. La raza ha de ser fuerte, recia, audaz, incontrastable. La hembra, a este fin, devora despiadadamente al macho débil que se le acerca a cortejarla. Y de este modo sólo los machos fuertes triunfan y legan a las nuevas generaciones su audacia y fortaleza.
¿Es un animal nietzcheano la araña? Yo creo que sí. Y entre todas las arañas hay un orden que más que ningín otro profesa en el reino animal esta novísima filosofía que ahora nos obsesiona a los hombres. Tres de estos araneidos – Ron, King y Pic – ha estudiado Azorín pacientemente. A continuación doy, en forma amena, algunas de sus observaciones. Excúseme el lector si las encuentra deficientes, y vea sólo en estas líneas un modesto intento de contribuir al estudio de la sociología comparada.

[…] La mosca está inmóvil; Ron no se mueve tampoco. Transcurren treinta segundos, solemnes, angustiosos, trágicos. La mosca hace un ligero movimiento. Ron salta de pronto sobre ella y la coge por la cabeza. Esta pobre mosca se mueve violentamente, patalea estremecida de terror. No, no se marchará; Ron la tiene bien cogida. “Las moscas –debe de pensar él, que, como hombre de grueso abdomen, será conservador, y como conservador, creerá en las causas finales-; las moscas se han hecho para los saltadores; yo soy saltador, luego esta mosca ha nacido y se ha criado para que yo me la coma.”
Y se la come, en efecto; pero como es un saltador afectuoso, le da de cuando en cuando golpecitos con los palpos sobre la espalda, como queriendo convencerla de su teología. Azorín no sabe si la mosca quedará convencida; ello es que sus patas han dejado de moverse y que Ron se la lleva a un ángulo, donde permanece quieto con ella un gran rato.
Después de comer, Ron se pasa los palpos por la cara, como limpiándosela, con el mismo gesto que los gatos; a veces se lleva también su pata izquierda a la boca, como si se estuviese hurgando los dientes. Una mosca cogida por Ron tarda en morir poco más de un minuto. En la succión del tórax emplea Ron veintiocho, treinta, treinta y tres minutos; en la del abdomen, uno o dos. Cuando el hambre no aprieta, suele desdeñar el abdomen; esto es plausible. […]

[…] Cuando se despierta vuelve a sus paseos. El suelo está sembrado de cadáveres. Al principio, Ron veía uno de estos cadáveres y los creía cuerpos vivos; esto era una desagradable sorpresa. Azorín ha observado que en una ocasión, para evitar decepciones, Ron se ha aproximado con discreción a un cadáver y ha alargado una pata y lo ha tocado ligeramente para averiguar si estaba muerto o vivo. […]

[…] King ha probado a correr por el cristal y no podía. Luego se ha comido dos moscas y se deslizaba por él perfectamente. Sin duda, este saltador hacía tiempo que no encontraba moscas en su camino y estaba, por consiguiente, bastante débil.
King tarda en matar una mosca un minuto y cuarenta cinco segundos. En sorber el tórax emplea treinta y cinco minutos; desdeña el abdomen. King, como todas las arañas, ama la noche. Aplacado su apetito, mira indiferente a las moscas que corren por la caja; pero a la mañana siguiente, todas, sean las que fueren, aparecerán muertas.[…]

[…] Porque Pic será pequeño, pero tiene arrestos. Una mosca yace patas arriba en medio de la caja; Pic se acerca, creyéndola, sin duda, muerta; la mosca suelta una patada; Pic se queda atónito. Después se vuelve a acercar y la torna a tocar en el ala; la mosca rebulle y se pone en pie. He aquí un terrible compromiso; pero Pic no se arredra. Al contrario, salta sobre ella, tratando de cogerla; la mosca, como es natural, se esquiva. Al fin, Pic la coge por la cabeza, y entonces, como Pic es pequeñito y la mosca tiene mucha fuerza, arrastra la mosca a Pic y lo lleva un momento revoloteando por el aire. Pero Pic no la suelta y logra afianzarla en un rincón, donde la mosca permanece cuatro minutos pataleando, y al cabo sucumbe.

VI

Azorín, cansado de los arácnidos y de las plantas se ha venido a Monóvar.”

José Martínez Ruiz, Azorín
Antonio Azorín (1903)
Ed. Orbis, 1982.

jueves, mayo 29, 2008

La tela de araña de Jovellanos


27 de setiembre de 1790

"[...] En la jornada a Ribadesella por Collía, telas de arañas, hermoseadas con el rocío, así:

Cada gota un brillante, redondo, igual, de vista muy encantadora. Marañas entre las árgomas, no tejidas vertical, sino horizontalmente, muy enredadas, sin plan ni dibujo. ¡Cosa admirable! Hilos que atraviesan de un árbol a otro a gran distancia, que suben del suelo a las ramas sin tocar el tronco, que atraviesan un callejón. ¿Por dónde pasaron estas hilanderas y tejedoras, que sin trama ni urdimbre, sin lanzadera, peine ni enxullo tejen tan admirables obras? ¿Y cómo no las abate el rocío? El peso del agua que hay sobre ellas excede sin duda en un décuplo al de los hilos. Todo se trabaja en una noche; el sol del siguiente día deshace las obras y obliga a renovar la tarea."

Gaspar Melchor de Jovellanos
Diario
(Planeta, 1992)

martes, febrero 05, 2008

Craneano Souvenir



Recuerdos de una tarde pero que muy agradable (vive Dios que sí) de hace ya un tiempo.
A ratos sub dio. Otros, no.


- Al tresbolillo –decía mi madre.
- Ana Bolena –decía mi papá.
Y así pasábamos los días frescos de primavera y los no tan frescos de veranito en la casa grande de la playé, más allá del cruce entre el Monte Sinaí y la Clínica Mayo.
Precisamente allí, en la Clínica Mayo, fue donde la casualidad (quizá el destino; nunca Mario Monreal ni el Epifanista Medio) quiso agasajarme con el bonito icono craneal que ilustra esta dulce remembranza en la que no hay ni pizca de melancolía pero sí un puntito de estragón (Francés).
Tenía cita aquella tarde con el célebre Dr. Oreja Caracola Ruidodeola, el mago del canon de fieltro y la mariposa láser. En mi cartilla de ingreso podía leerse el motivo en letras aguamarina: el chico éste lo que quiere es que el buen doctor le haga un Retrato Robot con granitos de arena de la parte occidental de Venice Beach y otro para su madre con legumbres pegadas con Imedio en cartulina medié (a ser posible color cigarro).
Tras tomarme los datos y un café de la máquina negra, los amables Hombres-Mayo me ofrecieron una silla de ruedas con neumáticos nuevos noruegos o así y una palanca de freno como un enorme bálano de imprevisible comportamiento y unos flecos de piel de torquemada en los bracillos y unas campanillas (dos) en el reverso tenebroso. Me costó un poco mirar a los fluorescentes del pasillo por el que me condujeron hasta la sala de espera B52 como se mira a los fluorescentes de los pasillos de los hospitales en las películas. Es más cómodo desde una camilla, la verdad, pero como siempre nos decía nuestro papá: Ana Bolena. Supongo que pude haberme partido el cuello en mi empeño, pero os aseguro, amigos lectores (ya en paños menores), que valió la pena.
Los Hombres-Mayo me dieron un besito entre ceja y ceja (podría decir “en el tercer ojo”, claro, pero quizá algún desalmado podría tomarlo a guasa y quemarme la furgoneta) y me aparcaron junto a un estetoscopio gigante con cara de castigar el empedrado del barrio de Lavapiés. Al poco, arrullado por la bella música del hilo interpretada con entusiasmo por la Coral Polifónica de Jóvenes Desnudos de Florida Park, me quedé dormidito, con el mentón apoyado en la mano derecha; la oreja izquierda más bien fría, no he de ocultarlo. Y fue en aquel punto cuando (y reclamo vuestra atención, amiguitos, porque ahora viene lo bueno) un deleitosísimo aroma hizo renacer mis sentidos. Diría que era una sutil mixtura de vainilla, canela y piel de Yak. Abrí los ojos y allí estaba, ante mí, a metro y medio, metro cincuenta y cinco, metro sesenta a lo sumo, el grande grande Presidente de Todo lo Molar, el incomparable prohombre de días de etiqueta y ferias junto al riachuelo, el prodigioso técnico de la vida buena, el matacallando ojos-champín que aleja de ti la hora mala: el legendario Molibdeno Molar.
Andaba regalando a todo el que quisiera disfrutar de una espléndida tarde de luz blanca bajo el techo de Mayo radiografías autografiadas de su cráneo: el que todo lo piensa. Una cabeza con pelos en la parte de arriba, a los lados, debajo de la barbilla y sobre el labio superior.
A mí me tocó en suerte ya la última, la de las sábanas blancas y un botón junto a la cama. Me la entregó con un viril apretón de manos, puso en mis ojos los suyos y, sosteniendo la mirada, me dijo: zambrano, pelota, rodillera, madre.


Jaime Cebolla
Introducción al Manual del Perfecto Transeúnte
Trad. de Luigi Bazzoni.
(20noséuqécauntos)
Ed. Perro mojado. No entran moscas.