miércoles, octubre 24, 2007

De la amistad


A Esteban de la Boétie

“El de la amistad, es un calor general y universal, que permanece templado e igual, un calor constante y sentado, que es todo dulzura y delicadeza, que no es ávido ni punzante en absoluto”.

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“En la amistad de la que hablo se mezclan y confunden [las almas] una con otra en unión tan universal, que borran la sutura que las ha unido para no volverla a encontrar. Si me obligan a decir por qué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: Porque era él, porque era yo.
Hay, más allá de mi entendimiento y de lo que pueda decir particularmente sobre ello, no sé qué fuerza inexplicable y fatal, mediadora en esta unión. Nos buscábamos antes de habernos visto y por los relatos que oíamos el uno del otro, que hacían más mella en nuestro afecto de la que razonablemente hacen los relatos, creo que por algún designio del cielo: nos abrazábamos con nuestros nombres. Y en nuestro primer encuentro en una gran fiesta y reunión ciudadana, nos vimos tan unidos, tan conocidos, tan comprometidos el uno con el otro, que desde entonces nadie nos fue tan próximo como el uno al otro. Escribió él una sátira latina excelente, que se publicó, en la que justifica y explica la precipitación de nuestro entendimiento tan pronto en llegar a su perfección. Habiendo de durar tan poco y habiendo comenzado tan tarde, pues los dos éramos hombres ya hechos y él algunos años mayor, no tenía tiempo que perder ni debía seguir el patrón de esas amistades lánguidas y monótonas que necesitan tanta precaución de larga y previa conversación. Esta no tiene más idea que ella misma y no puede referirse más que a sí; no es una consideración especial, ni dos, ni tres, ni cuatro, ni mil; no sé qué quintaesencia de toda esa mezcla fue la que habiéndose apoderado de toda mi voluntad, llevóla a sumergirse y perderse en la suya; la que habiéndose apoderado de toda su voluntad, llevóla a sumergirse y perderse en la mía, con avidez y emulación semejantes. Y digo perderse, en verdad, porque no nos reservamos nada que nos fuese propio, ni que fuese suyo o mío.”

Michel de Montaigne
(1533 – 1592)
Ensayos (Tomo I)
(Trad. de María Dolores Picazo y Almudena Montojo)
Cátedra, 1992.

martes, octubre 23, 2007

Hay que leer a Montaigne


Hace unos años se decía: “Hay que leer a Cortázar”.
Y yo (para mí) pensaba:
- No, si no es que me parezca mal, hombre, pero al que hay que leer es a Montaigne.

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“La amistad recíproca entre el adulto y el menor transforma una interpretación de la existencia en confidencias personales y una meditación moral en consejos indirectos. El doctor Imbert poseía una vasta cultura y la ampliaba sin cesar. Pero no existía ni un átomo de esa cultura que no se hubiese asimilado completamente en lo más íntimo de su yo y de su sensibilidad. De modo que si citaba a un autor era porque la cita, en aquel preciso instante, se ajustaba perfectamente a lo más profundo de su pensamiento, como le ocurría a Montaigne en cierto modo. De hecho, fue él quien me animó a enfrascarme sin reservas y sin prisas en la lectura de los Ensayos.
Semejante enseñanza sólo puede comunicarse a través de la palabra, pues sólo ella presta su ritmo a la combinación de la noción y de la intuición, de la idea y del sentimiento, de lo universal y de lo particular. Hugo Friedrich apunta, en el compendio magistral que le ha consagrado, que si uno lee a Montaigne en largas secuencias ininterrumpidas, como debe hacerse, llega un momento en que de pronto es como si lo tuviera delante hablando. Entonces, lo que nos brinda como una revelación única penetra en nosotros con su música. En esto consiste lo que los antiguos denominaban enseñanza filosófica. Un libro reducido a la escritura era para ellos como una partitura que una orquesta nunca tocaría. Sin el diálogo, el texto escrito se marchita, ya que, como dice Platón, “su padre no está ahí para defenderlo”. El único maestro, aparte de Pierre Imbert, que me cautivó durante mi adolescencia por la fusión verbal de la sonoridad y el pensamiento fue mi profesor de historia en khâgne, Joseph Hours. Tenía una forma melodiosa de empezar una clase, tras un largo recogimiento, como se acomete una suite de Bach para violonchelo solo. Nos acariciaba la mente modulando con un vigor lastimero: “¡Napoleón III era inteligente!”.”

Jean-François Revel
Memorias. El ladrón en la casa vacía.
(Trad. de Juan Antonio Vivanco Gefaell)
Ed. Gota a gota, 2007

lunes, octubre 22, 2007

El hombre cultivado


“Tomemos de Nietzsche, que Malraux había leído en diagonal, la definición de ese término: “Un hombre verdaderamente cultivado posee ese bien inestimable de poder permanecer fiel a los instintos contemplativos de su infancia, y esperar así una calma y una armonía de las que, a quien le atrae la lucha por la vida, ni siquiera puede tener idea”.

Marc Fumaroli
El Estado cultural (ensayo sobre una religión moderna)
Acantilado, 2007

domingo, octubre 21, 2007

Agonistas copulantes


“Pero si la cópula es una agonía, una lucha, lo es precisamente por lo contrario de su esencia. Los agoniastas son aquí el vivo amor propio de cada copulante y su anhelo de identificación con el otro. En el rito más íntimo y efusivo, en el supremo rito de caridad, cada oficiante conserva, a pesar suyo, vivo e ileso el sentimiento de su identidad y se detiene, cauto, al borde de ese abismo en que su generoso frenesí se precipita. El rito más íntimo y recíproco, en el que más se aproximan las analogías, es también la confrontación más viva de las diferencias. Nunca son más semejantes ni más diversos el varón y la hembra que en este acto de suprema confrontación. Analogías y diferencias adquieren la conciencia de sí mismas en este terrible contraste; y se sienten a un tiempo lanzadas y retorcidas, por modo tan singular, que precisamente lo diverso es lo que aquí hace posible la aproximación de lo homogéneo. ¡Maravilla pavorosa! Lo análogo sólo puede lograr su unión sino por medio de lo singular. Y esta condición terrible es lo que da a la cópula su ritmo inconfundible. Las analogías, al fundirse precisamente, es cuando más advierten su irreparable diferencia, y atónitas por esa turbadora revelación, atónitas y como reacias, permanecen al borde mismo de su unión cohibidas por el anhelo de desentrañar el misterio de su seducción y de su espanto. Porque precisamente lo que les seduce es lo que les asusta, y el misterio de su unión logrado por medio de lo singular las paraliza en un éxtasis de angustia y de preservación. Pero al mismo tiempo la seducción se hace más viva, el anhelo de lograr lo contrario, ese anhelo que infringe los vetos del sexo individual y que constituye el pecado de toda cópula, prevalece y surge entonces esa ansia de olvidar lo evidente, de negar lo más real, apresándolo y absorbiéndolo en un ímpetu sobrehumano. Puede decirse que la cópula aparece a cada sexo como una meta de reivindicaciones y como un término de su propia negación; como una incitación a nueva vida y como una amenaza de muerte. En el rito misterioso cada sexo, al afirmarse, se desintegra, realiza un acto de rapiña y se entrega a sí propio, se colma y se defrauda, cede sus atributos en un arrebato de loca prodigalidad para lograr los contrarios, lo tiene todo y no tiene nada. Los úteros, se colman por fin maravillosamente, los falos, conocen la profundidad de las vaginas, todo está confundido: el hombre se hace mujer, la mujer conoce la gloria viril, y hombre y mujer unidos no son más que una síntesis en la que no existen por sí mismos.”

Rafael Cansinos-Assens
Ética y estética de los sexos. 1921.
Ed. Júcar, 1973.

miércoles, octubre 17, 2007

Los Lamelibranquios Mórbidos en el disco-bar de Gijón y esas bellas amistades que nacen (quizá para siempre) en los campos de arroz


Los Lamelibranquios Mórbidos salen a escena en un disco-bar de Gijón. Presentan su último trabajo: “Lapislázuli Anatema: ¿Pony o alazán?”, una recopilación de sus canciones de embozo y cantinela más dos bonus- track con versiones de Zack Martín Morreau adaptadas a la onda actual, la que se lleva, la que trufa el praliné.
El líder de la banda, Juanito Juan Nadie, saluda al público con gesto altivo. Después se despoja de su camiseta a rayas horizontales y apoya en el suelo del escenario su guitarra con doble humbucker y agujeros en forma de f a los lados; semidesnudo en la noche de San Juan, proclama a voz en grito el comienzo de una nueva era de castañeteo y crujir de dientes. Palomitas de maíz.
A su izquierda, peludo y suave, Filemón Sebuola, el bajista toledano, se rasca el occipital mientras mordisquea un gajo de satsuma. Como nunca dice nada, siempre está callado. Come naranjas pequeñas.
A su derecha, pirulín pirulero, un bendito niño que nació en Belén con guitarrita de palo y guedejas de malvado pegadas al rostro. Lo llamaremos Gimnasta Paleto. Por lo menos hasta que nos parezca oportuno. Quizá más.
Detrás, al fin, bombos, timbales, caja, címbalos y cimbalillos, el gran baterista tuerto Palillos de Fuego (ojo de colibrí), aquel que – según la prestigiosa revista juvenil Chavales en Acción – parte la pana en los Lamelibranquios. Aunque parezca que no. O sí. O todo lo contrario. Que caiga un chaparrón.

Ellos, allí, a lo suyo, sin saber que Dientes de Sable está entre el público. Acompaña a un señor de Sueca (vientre de Buda, calvito y zalamero) que vive en un transformador eléctrico entre los arrozales.
Espera ver algo realmente excepcional, la cresta más alta de la última ola. Así, al menos, se lo aseguraba hace unos días su tía Quinina en una apasionada carta en la que junto a unos hermosísimos versos de Don Ramón de Campoamor y Campoosorio

No vio una madre más bella
la nación del sol poniente...
pero ya una losa de ella
le separa eternamente.
¡Gime y toca! ¡Horror sublime!
Mas, cuando entre dientes gime,
no bala como un cordero,
pues ruge como un león
el gaitero,
el gaitero de Gijón.

le hablaba de la inaplazable revolución pendiente, de cómo cocinar las gachas sin chamuscarse los pelillos de las ingles y (he aquí lo que nos interesa) de unos mozos muy majetes que animaban los bailes en el disco-bar de Gijón que ha abierto el malfamado Ursistino Gronchagosos donde (tú te acordarás, Dientecillos mío, sobrinito querido) estaba la fábrica de fósforos de la Internacional Cerillera Corporation.

En realidad, a Dientes su tía Quinina le parece una vieja reseca y medio gilipollas que sólo pretende acariciarle las nalgas y darle algún que otro besito en las mejillas velludas mientras le pone la cabeza como un bombo DW con doble pedal 6X-700 con las historias de la bella molinera y su interminable lista de amantes desaseados. Lo cual no impide que aprecie su gusto exquisito (más: extremado) para la poesía romántica y la música popular.

Quizá por eso, tras leer su carta y reflexionar unos minutos sobre el tan traído marasmo espiritual de la chavalería Francés, se sintió llamado a una búsqueda, a una arriesgada exploración en los caliginosos parajes de su infancia.
No corto, no perezoso, no, montó en su flamante bólido de fabricación Francés y se dijo para sí (tan bajito que casi no se oye): - A Gijón, sí, pero pasando por Sueca, que aunque el camino es un poco más largo, se disfruta más del paisaje.
Así se explica que en su viaje trabara amistad con un señor de Sueca que vive en un transformador eléctrico entre los arrozales. Es notorio que los campos de arroz (sobre todo en septiembre, cuando empieza a espigar) son un lugar idóneo para entablar amistades que quizá duren toda la vida, aunque puede ser que no se haya escrito (a pesar de obras tan admirables como “La amistad en los arrozales” del Profesor Tres Laberintos: Cerebro, Oído y Vientre) aún lo suficiente sobre asunto tan cautivador.

En fin: que Dientes de Sable estaba ansioso de ver a los Lamelibranquios Mórbidos; ellos: deseosos de agradar y de ser mimados después por legiones de bellas molineras con besos trigales y cabellos maizales y sonrisas cereales.

Más: Dientes de Sable es el gran factótum de Discos Francés, la mayor casa de discos de todo Francés. Hay quien dice que es la única, aunque habría mucho que discutir, si bien no sabría deciros con quién. Dejadme un tiempo para averiguarlo. Gracias.
Por eso, porque es todo un gerifalte de lo suyo es tan importante su presencia en el disco-bar de Gijón.

Por eso y por lo que oculta (¡Cuántas veces tendré que repetíroslo! Todas serán pocas) Irene en el cuarto de invitados.

lunes, octubre 15, 2007

Guiyelmo y Los Proustcritos




Nino Caniche sale al escenario de un teatro vacío ante un único espectador. Es Calderón Semilla, su mejor amigo, su más ferviente admirador. Espera hacerle pasar un rato delicioso con un nuevo ramillete de soliloquios cómicos que recién acaba de componer.
Veamos lo que pasa, porque Nino empieza a desdoblarse. Le cambia la voz al hablar consigo mismo. Es un fenómeno:

- Me encanta que saque usted el tema de los pickelhauben, porque yo me paso la vida pensando en yelmos y morriones – le dije.
- ¿Ah, sí? – me contesta con voz de tortuga o de liebre - ¿Y cuál cree usted que debería ocupar el lugar más destacado en la Historia?
- Pues mire, no acabo de decidirme entre dos – le respondo.
- A ver, déjeme adivinar: el yelmo de Mambrino y el de Jaime I el Conquistador.
- Frío, frío, amigo mío.
- ¿El yelmo de la invisibilidad de Hades que acaba en manos de Perseo?
- ¿Se lo digo? Mejor se lo digo y dejamos de sufrir los dos – le respondo.
- Adelante, pues, ¿cúales son esos dos yelmos que superan a todos los demás en leyenda y tradición?
- Fácil, compañero: Guiyelmo Tell y Guiyelmo Brown, con o sin Proustcritos.

Calderón Semilla se retuerce de risa en el patio de butacas. Aplaude como un poseso. Se tira del pelo y se relame el bigote. Esta vez el buen Caniche se ha superado. Él solo se basta para dar vida a tan hilarante coloquio. Ya lo habíamos dicho y no en vano: un verdadero fenómeno.

Mientras, Nino - fugaz visión (¿te imaginas?) de un teatro abarrotado con el público en pie, enloquecido, aplaudiendo y gritando su nombre- sigue con su desternillante actuación. Atendamos:

- Hablando de Proust y de magdalenas (o madalenas o madeleines o múffines o), recuerdo la primera vez que llevé una bolsa a casa para mojarlas en leche con la familia y ver si recordábamos cosas o teníamos reminiscencias hasta perder el control o algo o nada. Me la regaló un señor desconocido al que veía todos los días. A ver: en realidad no llegué a conocerlo porque no supe su nombre ni cruzamos palabra, aunque siempre me pareció distinguido y respetable, los ojitos melancólicos y la sonrisa giodondesca. Labios finos.
Recordaréis que por aquel entonces, cuando aún no había ascensores en casi ningún sitio, los descansillos de casi todos los grandes edificios de Francés eran como saloncitos amueblados, con espacio para sentarse y descansar: un tresillo o un diván de terciopelo, dos columnas con jarrones y flores frescas, un paisaje enmarcado. Bien. Lo que quizá no recordéis o no llegasteis a ver (veo mucha juventud entre el distinguido público) es que durante un par de años, quizá un poco más, no digo que no, se consideró de buen tono tener un hombre desnudo en el diván del rellano del primero. Nosotros, claro, tuvimos el nuestro, y puedo jurarles que no era de los peores: muy bonico. Era muy bonico. Requetebonico. Piel blanquita y manos blancas, con dedos largos y cuidados. El pelo negro recogido en una redecilla dorada. Un bigotillo muy fino, siempre aseado, con su puntito de cera, le daba un toque de osado barbián. A veces: flor en el pelo. Otras: no. Se recostaba como una Venus (qué hacía yo por aquel entonces, se preguntarán: pues lo que todos los niños en Francés: leer a Proust hasta darle la vuelta una y otra vez al Tiempo Perdido [¡A la recherche, a la recherche! Era nuestro grito de guerra cuando nos reuníamos clandestinamente para hacer lecturas en grupo y comentar lo de la magdalena o madalena o madeleine o muffin; la mano derecha siempre en la rodilla del otro; pantalones cortos] y estudiar Historia del Arte saltándonos todo lo referente al Siglo XVIII, por acaso y capricho de vaya usted a saber quién. ¿Jack Lang? Ni me lo nombres, nano, ni me lo nombres, que me pongo imposible de papiloma y me salta la corcova cosa fina). Pues bien: una Venus. Primero me pareció la de Giorgione, tan refinada en su paisaje campestre. Después (venía de clase y en el Liceo no hablábamos de otra cosa: Venus y más Venus; calcetines hasta las rodillas) la de Urbino de Tiziano y dos trimestres más tarde (pasando por alto el XVIII, eh, que no está la Magdalena para tafetanes) la Olympia de Manet. Ésta (quizá por la flor que le gustaba prenderse al cabello cuando estaba de buen humor) era la que más perfectamente encarnaba en el señor del descansillo del primero. Aún así, algo no encajaba del todo y pronto supe encontrarlo. También la solución. Tras una memorable búsqueda en los barrios llenos de gatos, me traje a casa el más negro que encontré y lo puse complacido a los pies de nuestro señor desnudo. La estampa, ahora sí, era inmejorable. Juraría que ninguno de los otros señores desnudos en rellanos Francés se parecía tanto a la Olympia de Manet. Ya les hubiera gustado ya, a mis queridos vecinos de todo Francés. Todo. Francés. Les hubiera gustado. Al verlo me dieron unas ganas terribles de inventar la fotografía, pero no: se acercaba (se acerca cada día y cada día hay que darle la espalda, ¿verdad?) la hora mala y me quedaban todavía un par de redacciones sobre la piel desabrigada de Swann en los Tomos 1 y 2 de A La Recherche para el día siguiente: clase con Don Pirulón Teñaqui. Cosa seria. Pirulón del bueno.
Pues veréis: tuve tiempo (aún lo hago de vez en cuando, en ratitos muertos, aguantando la respiración hasta sentir el cerebro el doble de grande y la frente llena de venas) de arrepentirme. Debía haber inmortalizado tan bella estampa de descansillo porque no hubo más (no la misma, al menos): al día siguiente(¡qué feliz!, ¡Al Liceo, al Liceo!, Príncipe de Gales y plumita en el sombrero), del señor desnudo sólo quedaban algunos trozos de carne y huesos y vísceras de los que no os puedo decir el nombre porque no salen en A Le Recherche du Temps Perdu.
- Bueno: supongo que la idea de rebozar unas lonchas de jamón york de Lorazepam, Diazepam y Benzodiazepum fue buena para atrapar al gato más grande y más negro del barrio de los gatos, pero no para conocer su carácter, sus manías nutricionales ni su fiereza – pensé. Y lo repetí en voz alta para que se fijara en mi mente, recordarlo y contároslo ahora con gran presencia de ánimo y una plaquita de peltre en el bolsillo.

Calderón Semilla tiene la chorra fuera hace ya un buen rato. Suele salirse sola a la hora y media de entrar al teatro, pero hoy, de tanta dicha, de tanto despelote, de tanta admiración por Nino, por el buen Nino, por el Gran Nino Gomera, no lo ha podido aguantar y ha estallado en feliz rapto, viaje al infinito. Ved cómo corre desnudo de cintura para abajo entre las butacas. ¿Verdad que es adorable? Lo querían contratar para una película de chicos y chicas en la playa, pero se quedó dormidito y no pudo ser.