lunes, noviembre 19, 2007

No sé qué soy, pero sé de qué huyo


Vuelvo a encontrarme esta noche con uno de los amiguitos con los que (desde hace mucho, ya para siempre; con grata insistencia este otoño) uno siempre se acaba tropezando.
Aparece leyendo esto:

"El lector de las páginas que anteceden se ha interrogado seguramente sobre la alternativa -posible y opuesta- a las corrientes irracionalistas aquí criticadas o preguntado, en todo caso, cuál es la osición del autor. Aunque implícitas, las opciones están presentes, en cierto modo, en las mismas críticas a las ideas expuestas y en las argumentaciones utilizadas para rebatirlas. Es verdad que sólo se menciona en raras ocasiones a aquellos filósofos que mejor expresan mi manera de pensar. Parecería que la crítica se encontrara con un vacío donde ningún sistema sustituiría a los que han sido negados, acaso porque se sabe, desde Dante, que es más fácil mostrar el mal que el bien. El sucesivo abandono de teorías filosóficas o la decepción frente a ideas políticas no conducen, sin embargo, al escepticismo; para quien sabe extraer lecciones de los errores y de los fracasos, éstos alientan, por el contrario, nuevas expectativas de aproximación a la verdad. La divisa de mi derrotero intelectual es la conclusión de Montaigne: "No sé qué soy, pero sé de qué huyo."

Juan José Sebreli
El olvido de la razón
(Un recorrido crítico por la filosofía contemporánea)
Debate

jueves, noviembre 08, 2007

Grifol y su ilustrísima



Venía don Vicente Grifol de la Huerta de los Calzados, antiguo granero espiscopal, y en medio de la calle de la Verónica – querencia de las sastrerías eclesiásticas, de las tiendas de ornamentos, de los obradores de cirios y chocolates – le alcanzó la voz campechana de don Magín.
Aguardóse el médico. El capellán le puso su brazo robusto en los hombros viejecitos y se le fue llevando a Palacio.
Camino de Palacio, decía don Vicente:
- Casi todos los recados de enfermos de ahora me cogen en la calle, como si llamaran a un lañador o a un buhonero que pasa. Oleza está lo mismo que cuando llegué de Murcia, el día de la Anunciación, hace cuarenta y dos años. Pero algunos olecenses se piensan que su pueblo se ha hinchado como un Londres. ¿Usted no ha ido a Londres? Yo sí que estuve, siendo mozo, como hijo de naranjero. Fui a vender las naranjas de mi padre, naranjas amargas para la confitura. A todas las gentes de los muelles, de los almacenes y lonjas, a todas las recordaba yo a mi gusto, por la noche, en mi cuarto. Pues a mí, de comida a comida, ni siquiera me reconocían los españoles que se albergaban en mi posada. Es una felicidad la insignificancia: no ser espectáculo para los demás y serlo todos para uno. Por eso, un mocito estudiante, no reparando en mí, se abrió las venas en mi alcoba. Pero se engañó. Yo le vi torciéndose encima de la cuajada de su sangre. Le remendé los cortes, se los fajé y tuvo que matarse en otro sitio… Oleza se cree tan ancha, tan crecida, que ya no me ve. O me ve, y nada. Es decir, nada sí; algunos me miran y me sonríen por si acaso yo fuese yo…
Y ahora, vamos a ver…

Hablando, hablando, hallóse solo en la meseta alta de la escalera de Palacio, porque don Magín se lo dejó para prevenir a su ilustrísima. Grifol se puso a mirar la antecámara. Un eclesiástico descolorido escribía en su bufetillo de faldas de velludo rojo, sin sentir la presencia del médico. Lo mismo que todo el mundo.
Luego volvió don Magín y entró a su amigo, colocándole delante del prelado.
Grifol besó una mano enguantada de seda violeta, una mano sin sortija. Y pensó: “Acabo de trastrocar mi beso de cortesía, o de reverencia, o de lo que sea; pero ya no he de enmendarlo tomándole la otra mano. ¡Y qué manos tan gordas! Debajo de los guantes no se le siente la piel, sino una blandura de hilas embebidas de aceites…”
Su ilustrísima se desnudó las manos. Don Magín fue descogiéndole los vendajes y apareció el metacarpo, acortezado de racimillos de vesículas; las palmas estaban limpias y tersas. Su ilustrísima se miraba su carne llagada como si no fuese suya, y al hablar encogía apretadamente la boca.
El médico y el obispo se sonrieron con ternura de compasión y de compadecido.
- Vamos a ver: ¿y las noches? Levantándose, acostándose, con un prurito de uñas, de pinchas. No acaban esas noches, ¿verdad?
- Casi todas las noches sin sueño. Me lloran los ojos de dilatarlos. Una avidez de ojos, de oídos y hasta de pensamientos, y no es por el dolor que me quema concretamente un tejido, sino por la espera de que brote ese dolor en otro lado de mi cuerpo. Y me miro todo con una angustia que me hace sudar.
- Las manos. ¿Y en las rodillas, en la cintura, casi toda la cintura, y en las ingles?
- Donde usted dice, y, además, entre los hombros, subiéndome. Pronto llegará a la nuca.
Don Vicente se quitó los anteojos, les puso su vaho, los estregó entre los pliegues de un mitón. Volviese hacia el ancho ventanal, y en sus espejuelos limpios se recogían y renovaban las miniaturas de la tarde campesina: un follaje, una yunta, un temblor del cáñamo verde, un trozo de horizonte…


Gabriel Miró
El obispo leproso
Alianza Editorial

miércoles, noviembre 07, 2007

La alegría de encontrarse (era muy tarde, de madrugada, casi la hora mala y, la verdad, ya no lo esperaba) con un viejo amigo




“Capítulo IV

El capellán del obispo

Del linaje del reverendo señor Slope no puedo decir mucho. He oído asegurar que desciende directamente del ilustre médico que atendió el parto del señor Tristram Shandy y que, a temprana edad, añadió una “e” a su apellido para mejorar su eufonía, como otros grandes hombres habían hecho antes que él. Si en efecto todo eso es así, entonces supongo que fue bautizado Obadiah, pues tal es su nombre, en conmemoración del conflicto en el que tanto se distinguió su antepasado. No obstante, pese a todas mis investigaciones sobre el tema, no he sido capaz de determinar la fecha exacta en que la familia cambió de religión. (45)
Fue alumno becario en Cambridge, donde supo aprovechar la oportunidad que se le brindaba, pues a su debido tiempo se licenció y pasó a tener estudiantes universitarios a su cargo. De allí fue enviado a Londres para predicar en una nueva iglesia de distrito erigida en los confines de Baker Street. Ocupaba ese puesto cuando sus ideas similares sobre cuestiones religiosas hicieron que se ganara la confianza de la señora Proudie, relación que con el tiempo se tornó estrecha y confidencial.
Al ser lanzado con tanta familiaridad en medio de las señoritas Proudie, era de lo más natural que surgiera algún sentimiento más dulce que el de la amistad. Así, ha habido algunos momentos amorosos entre él y la hija mayor, Olivia, pero hasta el momento no han dado como resultado ningún acuerdo favorable. Lo cierto es que el señor Slope, tras haberle declarado su afecto, lo retiró al poco, cuando descubrió que el doctor carecía en esos momentos de fondos económicos con los que dotar a su hija y, como podrán imaginarse, después de ese cambio de intenciones por parte del señor Slope, la señorita Proudie no se quedó con muchas ganas de recibir de él ninguna muestra más de afecto. Al ser nombrado el doctor Proudie obispo de Barchester, el punto de vista del doctor Slope cambió bastante. Los obispos, aunque sean pobres, siempre están en condiciones de aportar una dote para sus hijas, y el señor Slope comenzó a lamentarse de no haber sido más desinteresado. En cuanto se enteró del ascenso del doctor, reemprendió el acoso, claro está que sin violencia, sino con respeto y a cierta distancia. Sin embargo, Olivia Proudie era una chica de muchos bríos; la sangre de dos nobles corría por sus venas y, lo que es más importante, tenía otro enamorado en la recámara. Así que el señor Slope suspiró por ella en vano, y la pareja pronto vio que lo más conveniente sería establecer entre ellos un lazo mutuo de odio inveterado. […]
El señor Slope pronto se consoló con la idea de que, al haber sido elegido capellán del obispo, podría disfrutar de todo lo bueno que implicaba el cargo sin tener que molestarse por la hija de aquél, y así le resultó más fácil soportar las punzadas del amor rechazado. Tan pronto se sentó en el vagón del tren frente al obispo y a la señora Proudie, en su primer viaje a Barchester, comenzó a planear su vida futura. Conocía bien los puntos fuertes de su superior, pero también conocía los débiles. Sabía perfectamente hacia dónde se iban a dirigir las aspiraciones del nuevo obispo, y que la vida pública encajaba mejor con los gustos de ese gran hombre que los pequeños detalles de las obligaciones de una diócesis.
Por lo tanto sería él, el señor Slope, el verdadero obispo de Barchester. Tal fue su decisión y, para ser justos con él, hemos de decir que tenía tanto el valor como el espíritu para sacar su determinación adelante. Sabía que tendría que librar una dura batalla, pues el poder y mandato de la sede serían asimismo codiciados por otra gran mente: la señora Proudie también querría ser obispo de Barchester. No obstante, al señor Slope le halagaba pensar que podía superar a aquella dama. Ella tendría que pasar mucho tiempo en Londres, mientras que él siempre estaría allí. Necesariamente ella no se enteraría de muchas cosas, mientras que él estaría al tanto de todo lo relacionado con la diócesis. Al principio, sin duda, tendría que adularla y engatusarla, quizá incluso tendría que ceder en algunas cuestiones, pero no dudaba de su triunfo final. Si fallaban todos los demás recursos, podía unirse al obispo contra su mujer, instilarle valor a ese desdichado hombre, clavar un hacha en la misma raíz del poder de la esposa y emancipar al marido.”

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(45) Es decir, el señor Slope es descendiente del doctor Slop, personaje de la célebre novela Tristram Shandy, escrita entre 1760 y 1767 por el clérigo anglicano Laurence Sterne. La alusión a los grandes hombres que, al igual que Slope, han añadido una letra al final de su apellido es una broma personal de Trollope, puesto que en inglés existe la palabra trollop que, para colmo, significa “mujerzuela”. En la novela de Sterne, el doctor Slop tiene un enfrentamiento con un criado de la familia Shandy, Obadiah, y de ahí el nombre del capellán. Además, el doctor Slop es católico, por lo que Trollope menciona el cambio de religión de la familia, lo cual le sirve como una forma más de indicar la hipocresía característica del personaje.


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Anthony Trollope (1815-1882)
Las torres de Barchester
(trad. de Miguel Ángel Pérez Pérez)
Cátedra

miércoles, octubre 24, 2007

De la amistad


A Esteban de la Boétie

“El de la amistad, es un calor general y universal, que permanece templado e igual, un calor constante y sentado, que es todo dulzura y delicadeza, que no es ávido ni punzante en absoluto”.

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“En la amistad de la que hablo se mezclan y confunden [las almas] una con otra en unión tan universal, que borran la sutura que las ha unido para no volverla a encontrar. Si me obligan a decir por qué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: Porque era él, porque era yo.
Hay, más allá de mi entendimiento y de lo que pueda decir particularmente sobre ello, no sé qué fuerza inexplicable y fatal, mediadora en esta unión. Nos buscábamos antes de habernos visto y por los relatos que oíamos el uno del otro, que hacían más mella en nuestro afecto de la que razonablemente hacen los relatos, creo que por algún designio del cielo: nos abrazábamos con nuestros nombres. Y en nuestro primer encuentro en una gran fiesta y reunión ciudadana, nos vimos tan unidos, tan conocidos, tan comprometidos el uno con el otro, que desde entonces nadie nos fue tan próximo como el uno al otro. Escribió él una sátira latina excelente, que se publicó, en la que justifica y explica la precipitación de nuestro entendimiento tan pronto en llegar a su perfección. Habiendo de durar tan poco y habiendo comenzado tan tarde, pues los dos éramos hombres ya hechos y él algunos años mayor, no tenía tiempo que perder ni debía seguir el patrón de esas amistades lánguidas y monótonas que necesitan tanta precaución de larga y previa conversación. Esta no tiene más idea que ella misma y no puede referirse más que a sí; no es una consideración especial, ni dos, ni tres, ni cuatro, ni mil; no sé qué quintaesencia de toda esa mezcla fue la que habiéndose apoderado de toda mi voluntad, llevóla a sumergirse y perderse en la suya; la que habiéndose apoderado de toda su voluntad, llevóla a sumergirse y perderse en la mía, con avidez y emulación semejantes. Y digo perderse, en verdad, porque no nos reservamos nada que nos fuese propio, ni que fuese suyo o mío.”

Michel de Montaigne
(1533 – 1592)
Ensayos (Tomo I)
(Trad. de María Dolores Picazo y Almudena Montojo)
Cátedra, 1992.

martes, octubre 23, 2007

Hay que leer a Montaigne


Hace unos años se decía: “Hay que leer a Cortázar”.
Y yo (para mí) pensaba:
- No, si no es que me parezca mal, hombre, pero al que hay que leer es a Montaigne.

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“La amistad recíproca entre el adulto y el menor transforma una interpretación de la existencia en confidencias personales y una meditación moral en consejos indirectos. El doctor Imbert poseía una vasta cultura y la ampliaba sin cesar. Pero no existía ni un átomo de esa cultura que no se hubiese asimilado completamente en lo más íntimo de su yo y de su sensibilidad. De modo que si citaba a un autor era porque la cita, en aquel preciso instante, se ajustaba perfectamente a lo más profundo de su pensamiento, como le ocurría a Montaigne en cierto modo. De hecho, fue él quien me animó a enfrascarme sin reservas y sin prisas en la lectura de los Ensayos.
Semejante enseñanza sólo puede comunicarse a través de la palabra, pues sólo ella presta su ritmo a la combinación de la noción y de la intuición, de la idea y del sentimiento, de lo universal y de lo particular. Hugo Friedrich apunta, en el compendio magistral que le ha consagrado, que si uno lee a Montaigne en largas secuencias ininterrumpidas, como debe hacerse, llega un momento en que de pronto es como si lo tuviera delante hablando. Entonces, lo que nos brinda como una revelación única penetra en nosotros con su música. En esto consiste lo que los antiguos denominaban enseñanza filosófica. Un libro reducido a la escritura era para ellos como una partitura que una orquesta nunca tocaría. Sin el diálogo, el texto escrito se marchita, ya que, como dice Platón, “su padre no está ahí para defenderlo”. El único maestro, aparte de Pierre Imbert, que me cautivó durante mi adolescencia por la fusión verbal de la sonoridad y el pensamiento fue mi profesor de historia en khâgne, Joseph Hours. Tenía una forma melodiosa de empezar una clase, tras un largo recogimiento, como se acomete una suite de Bach para violonchelo solo. Nos acariciaba la mente modulando con un vigor lastimero: “¡Napoleón III era inteligente!”.”

Jean-François Revel
Memorias. El ladrón en la casa vacía.
(Trad. de Juan Antonio Vivanco Gefaell)
Ed. Gota a gota, 2007

lunes, octubre 22, 2007

El hombre cultivado


“Tomemos de Nietzsche, que Malraux había leído en diagonal, la definición de ese término: “Un hombre verdaderamente cultivado posee ese bien inestimable de poder permanecer fiel a los instintos contemplativos de su infancia, y esperar así una calma y una armonía de las que, a quien le atrae la lucha por la vida, ni siquiera puede tener idea”.

Marc Fumaroli
El Estado cultural (ensayo sobre una religión moderna)
Acantilado, 2007

domingo, octubre 21, 2007

Agonistas copulantes


“Pero si la cópula es una agonía, una lucha, lo es precisamente por lo contrario de su esencia. Los agoniastas son aquí el vivo amor propio de cada copulante y su anhelo de identificación con el otro. En el rito más íntimo y efusivo, en el supremo rito de caridad, cada oficiante conserva, a pesar suyo, vivo e ileso el sentimiento de su identidad y se detiene, cauto, al borde de ese abismo en que su generoso frenesí se precipita. El rito más íntimo y recíproco, en el que más se aproximan las analogías, es también la confrontación más viva de las diferencias. Nunca son más semejantes ni más diversos el varón y la hembra que en este acto de suprema confrontación. Analogías y diferencias adquieren la conciencia de sí mismas en este terrible contraste; y se sienten a un tiempo lanzadas y retorcidas, por modo tan singular, que precisamente lo diverso es lo que aquí hace posible la aproximación de lo homogéneo. ¡Maravilla pavorosa! Lo análogo sólo puede lograr su unión sino por medio de lo singular. Y esta condición terrible es lo que da a la cópula su ritmo inconfundible. Las analogías, al fundirse precisamente, es cuando más advierten su irreparable diferencia, y atónitas por esa turbadora revelación, atónitas y como reacias, permanecen al borde mismo de su unión cohibidas por el anhelo de desentrañar el misterio de su seducción y de su espanto. Porque precisamente lo que les seduce es lo que les asusta, y el misterio de su unión logrado por medio de lo singular las paraliza en un éxtasis de angustia y de preservación. Pero al mismo tiempo la seducción se hace más viva, el anhelo de lograr lo contrario, ese anhelo que infringe los vetos del sexo individual y que constituye el pecado de toda cópula, prevalece y surge entonces esa ansia de olvidar lo evidente, de negar lo más real, apresándolo y absorbiéndolo en un ímpetu sobrehumano. Puede decirse que la cópula aparece a cada sexo como una meta de reivindicaciones y como un término de su propia negación; como una incitación a nueva vida y como una amenaza de muerte. En el rito misterioso cada sexo, al afirmarse, se desintegra, realiza un acto de rapiña y se entrega a sí propio, se colma y se defrauda, cede sus atributos en un arrebato de loca prodigalidad para lograr los contrarios, lo tiene todo y no tiene nada. Los úteros, se colman por fin maravillosamente, los falos, conocen la profundidad de las vaginas, todo está confundido: el hombre se hace mujer, la mujer conoce la gloria viril, y hombre y mujer unidos no son más que una síntesis en la que no existen por sí mismos.”

Rafael Cansinos-Assens
Ética y estética de los sexos. 1921.
Ed. Júcar, 1973.

miércoles, octubre 17, 2007

Los Lamelibranquios Mórbidos en el disco-bar de Gijón y esas bellas amistades que nacen (quizá para siempre) en los campos de arroz


Los Lamelibranquios Mórbidos salen a escena en un disco-bar de Gijón. Presentan su último trabajo: “Lapislázuli Anatema: ¿Pony o alazán?”, una recopilación de sus canciones de embozo y cantinela más dos bonus- track con versiones de Zack Martín Morreau adaptadas a la onda actual, la que se lleva, la que trufa el praliné.
El líder de la banda, Juanito Juan Nadie, saluda al público con gesto altivo. Después se despoja de su camiseta a rayas horizontales y apoya en el suelo del escenario su guitarra con doble humbucker y agujeros en forma de f a los lados; semidesnudo en la noche de San Juan, proclama a voz en grito el comienzo de una nueva era de castañeteo y crujir de dientes. Palomitas de maíz.
A su izquierda, peludo y suave, Filemón Sebuola, el bajista toledano, se rasca el occipital mientras mordisquea un gajo de satsuma. Como nunca dice nada, siempre está callado. Come naranjas pequeñas.
A su derecha, pirulín pirulero, un bendito niño que nació en Belén con guitarrita de palo y guedejas de malvado pegadas al rostro. Lo llamaremos Gimnasta Paleto. Por lo menos hasta que nos parezca oportuno. Quizá más.
Detrás, al fin, bombos, timbales, caja, címbalos y cimbalillos, el gran baterista tuerto Palillos de Fuego (ojo de colibrí), aquel que – según la prestigiosa revista juvenil Chavales en Acción – parte la pana en los Lamelibranquios. Aunque parezca que no. O sí. O todo lo contrario. Que caiga un chaparrón.

Ellos, allí, a lo suyo, sin saber que Dientes de Sable está entre el público. Acompaña a un señor de Sueca (vientre de Buda, calvito y zalamero) que vive en un transformador eléctrico entre los arrozales.
Espera ver algo realmente excepcional, la cresta más alta de la última ola. Así, al menos, se lo aseguraba hace unos días su tía Quinina en una apasionada carta en la que junto a unos hermosísimos versos de Don Ramón de Campoamor y Campoosorio

No vio una madre más bella
la nación del sol poniente...
pero ya una losa de ella
le separa eternamente.
¡Gime y toca! ¡Horror sublime!
Mas, cuando entre dientes gime,
no bala como un cordero,
pues ruge como un león
el gaitero,
el gaitero de Gijón.

le hablaba de la inaplazable revolución pendiente, de cómo cocinar las gachas sin chamuscarse los pelillos de las ingles y (he aquí lo que nos interesa) de unos mozos muy majetes que animaban los bailes en el disco-bar de Gijón que ha abierto el malfamado Ursistino Gronchagosos donde (tú te acordarás, Dientecillos mío, sobrinito querido) estaba la fábrica de fósforos de la Internacional Cerillera Corporation.

En realidad, a Dientes su tía Quinina le parece una vieja reseca y medio gilipollas que sólo pretende acariciarle las nalgas y darle algún que otro besito en las mejillas velludas mientras le pone la cabeza como un bombo DW con doble pedal 6X-700 con las historias de la bella molinera y su interminable lista de amantes desaseados. Lo cual no impide que aprecie su gusto exquisito (más: extremado) para la poesía romántica y la música popular.

Quizá por eso, tras leer su carta y reflexionar unos minutos sobre el tan traído marasmo espiritual de la chavalería Francés, se sintió llamado a una búsqueda, a una arriesgada exploración en los caliginosos parajes de su infancia.
No corto, no perezoso, no, montó en su flamante bólido de fabricación Francés y se dijo para sí (tan bajito que casi no se oye): - A Gijón, sí, pero pasando por Sueca, que aunque el camino es un poco más largo, se disfruta más del paisaje.
Así se explica que en su viaje trabara amistad con un señor de Sueca que vive en un transformador eléctrico entre los arrozales. Es notorio que los campos de arroz (sobre todo en septiembre, cuando empieza a espigar) son un lugar idóneo para entablar amistades que quizá duren toda la vida, aunque puede ser que no se haya escrito (a pesar de obras tan admirables como “La amistad en los arrozales” del Profesor Tres Laberintos: Cerebro, Oído y Vientre) aún lo suficiente sobre asunto tan cautivador.

En fin: que Dientes de Sable estaba ansioso de ver a los Lamelibranquios Mórbidos; ellos: deseosos de agradar y de ser mimados después por legiones de bellas molineras con besos trigales y cabellos maizales y sonrisas cereales.

Más: Dientes de Sable es el gran factótum de Discos Francés, la mayor casa de discos de todo Francés. Hay quien dice que es la única, aunque habría mucho que discutir, si bien no sabría deciros con quién. Dejadme un tiempo para averiguarlo. Gracias.
Por eso, porque es todo un gerifalte de lo suyo es tan importante su presencia en el disco-bar de Gijón.

Por eso y por lo que oculta (¡Cuántas veces tendré que repetíroslo! Todas serán pocas) Irene en el cuarto de invitados.

lunes, octubre 15, 2007

Guiyelmo y Los Proustcritos




Nino Caniche sale al escenario de un teatro vacío ante un único espectador. Es Calderón Semilla, su mejor amigo, su más ferviente admirador. Espera hacerle pasar un rato delicioso con un nuevo ramillete de soliloquios cómicos que recién acaba de componer.
Veamos lo que pasa, porque Nino empieza a desdoblarse. Le cambia la voz al hablar consigo mismo. Es un fenómeno:

- Me encanta que saque usted el tema de los pickelhauben, porque yo me paso la vida pensando en yelmos y morriones – le dije.
- ¿Ah, sí? – me contesta con voz de tortuga o de liebre - ¿Y cuál cree usted que debería ocupar el lugar más destacado en la Historia?
- Pues mire, no acabo de decidirme entre dos – le respondo.
- A ver, déjeme adivinar: el yelmo de Mambrino y el de Jaime I el Conquistador.
- Frío, frío, amigo mío.
- ¿El yelmo de la invisibilidad de Hades que acaba en manos de Perseo?
- ¿Se lo digo? Mejor se lo digo y dejamos de sufrir los dos – le respondo.
- Adelante, pues, ¿cúales son esos dos yelmos que superan a todos los demás en leyenda y tradición?
- Fácil, compañero: Guiyelmo Tell y Guiyelmo Brown, con o sin Proustcritos.

Calderón Semilla se retuerce de risa en el patio de butacas. Aplaude como un poseso. Se tira del pelo y se relame el bigote. Esta vez el buen Caniche se ha superado. Él solo se basta para dar vida a tan hilarante coloquio. Ya lo habíamos dicho y no en vano: un verdadero fenómeno.

Mientras, Nino - fugaz visión (¿te imaginas?) de un teatro abarrotado con el público en pie, enloquecido, aplaudiendo y gritando su nombre- sigue con su desternillante actuación. Atendamos:

- Hablando de Proust y de magdalenas (o madalenas o madeleines o múffines o), recuerdo la primera vez que llevé una bolsa a casa para mojarlas en leche con la familia y ver si recordábamos cosas o teníamos reminiscencias hasta perder el control o algo o nada. Me la regaló un señor desconocido al que veía todos los días. A ver: en realidad no llegué a conocerlo porque no supe su nombre ni cruzamos palabra, aunque siempre me pareció distinguido y respetable, los ojitos melancólicos y la sonrisa giodondesca. Labios finos.
Recordaréis que por aquel entonces, cuando aún no había ascensores en casi ningún sitio, los descansillos de casi todos los grandes edificios de Francés eran como saloncitos amueblados, con espacio para sentarse y descansar: un tresillo o un diván de terciopelo, dos columnas con jarrones y flores frescas, un paisaje enmarcado. Bien. Lo que quizá no recordéis o no llegasteis a ver (veo mucha juventud entre el distinguido público) es que durante un par de años, quizá un poco más, no digo que no, se consideró de buen tono tener un hombre desnudo en el diván del rellano del primero. Nosotros, claro, tuvimos el nuestro, y puedo jurarles que no era de los peores: muy bonico. Era muy bonico. Requetebonico. Piel blanquita y manos blancas, con dedos largos y cuidados. El pelo negro recogido en una redecilla dorada. Un bigotillo muy fino, siempre aseado, con su puntito de cera, le daba un toque de osado barbián. A veces: flor en el pelo. Otras: no. Se recostaba como una Venus (qué hacía yo por aquel entonces, se preguntarán: pues lo que todos los niños en Francés: leer a Proust hasta darle la vuelta una y otra vez al Tiempo Perdido [¡A la recherche, a la recherche! Era nuestro grito de guerra cuando nos reuníamos clandestinamente para hacer lecturas en grupo y comentar lo de la magdalena o madalena o madeleine o muffin; la mano derecha siempre en la rodilla del otro; pantalones cortos] y estudiar Historia del Arte saltándonos todo lo referente al Siglo XVIII, por acaso y capricho de vaya usted a saber quién. ¿Jack Lang? Ni me lo nombres, nano, ni me lo nombres, que me pongo imposible de papiloma y me salta la corcova cosa fina). Pues bien: una Venus. Primero me pareció la de Giorgione, tan refinada en su paisaje campestre. Después (venía de clase y en el Liceo no hablábamos de otra cosa: Venus y más Venus; calcetines hasta las rodillas) la de Urbino de Tiziano y dos trimestres más tarde (pasando por alto el XVIII, eh, que no está la Magdalena para tafetanes) la Olympia de Manet. Ésta (quizá por la flor que le gustaba prenderse al cabello cuando estaba de buen humor) era la que más perfectamente encarnaba en el señor del descansillo del primero. Aún así, algo no encajaba del todo y pronto supe encontrarlo. También la solución. Tras una memorable búsqueda en los barrios llenos de gatos, me traje a casa el más negro que encontré y lo puse complacido a los pies de nuestro señor desnudo. La estampa, ahora sí, era inmejorable. Juraría que ninguno de los otros señores desnudos en rellanos Francés se parecía tanto a la Olympia de Manet. Ya les hubiera gustado ya, a mis queridos vecinos de todo Francés. Todo. Francés. Les hubiera gustado. Al verlo me dieron unas ganas terribles de inventar la fotografía, pero no: se acercaba (se acerca cada día y cada día hay que darle la espalda, ¿verdad?) la hora mala y me quedaban todavía un par de redacciones sobre la piel desabrigada de Swann en los Tomos 1 y 2 de A La Recherche para el día siguiente: clase con Don Pirulón Teñaqui. Cosa seria. Pirulón del bueno.
Pues veréis: tuve tiempo (aún lo hago de vez en cuando, en ratitos muertos, aguantando la respiración hasta sentir el cerebro el doble de grande y la frente llena de venas) de arrepentirme. Debía haber inmortalizado tan bella estampa de descansillo porque no hubo más (no la misma, al menos): al día siguiente(¡qué feliz!, ¡Al Liceo, al Liceo!, Príncipe de Gales y plumita en el sombrero), del señor desnudo sólo quedaban algunos trozos de carne y huesos y vísceras de los que no os puedo decir el nombre porque no salen en A Le Recherche du Temps Perdu.
- Bueno: supongo que la idea de rebozar unas lonchas de jamón york de Lorazepam, Diazepam y Benzodiazepum fue buena para atrapar al gato más grande y más negro del barrio de los gatos, pero no para conocer su carácter, sus manías nutricionales ni su fiereza – pensé. Y lo repetí en voz alta para que se fijara en mi mente, recordarlo y contároslo ahora con gran presencia de ánimo y una plaquita de peltre en el bolsillo.

Calderón Semilla tiene la chorra fuera hace ya un buen rato. Suele salirse sola a la hora y media de entrar al teatro, pero hoy, de tanta dicha, de tanto despelote, de tanta admiración por Nino, por el buen Nino, por el Gran Nino Gomera, no lo ha podido aguantar y ha estallado en feliz rapto, viaje al infinito. Ved cómo corre desnudo de cintura para abajo entre las butacas. ¿Verdad que es adorable? Lo querían contratar para una película de chicos y chicas en la playa, pero se quedó dormidito y no pudo ser.

viernes, agosto 17, 2007

Apoteosis Trenzano (2)


Como todos los años desde que Francés es Francés, los preparativos habían comenzado seis días antes: unos minutos después de que el Gran Chambelán Peneano Figino Barriguitas III apareciera semidesnudo en el balcón de Palacio y convocara a todo Francés con gritos, gruñidos, llanto y crujir de dientes al Gran Desfile Anual de la Máscara.

Un ejército de filósofos negros y de blondos alsacianos con las tetitas en flor se encargó durante tres días de preparar el inmenso salón de baile. Dieron lustre al linóleo de Chicago, aspiraron el polvo de los tapices de la Real Casa Afroamericana de Colgaduras y Lienzos en los que se cuenta la famosa historia de los amores de la reina Ranavalona III con Sir Archibald Yoiledú Wescott (también III) , hicieron desaparecer las marcas de cigarrillo de los sillones y la ropita interior hecha jirones de alguna doncella mancillada (se dice que por el Duque, se dice que por el Dú).
Tras esto, el jovial batallón de limpieza pasó a tareas más gratas: preparar la tarima para la orquesta, poner cartoncitos bien disimulados bajo las patas de los muebles cojos, comprobar con gritos de filósofo o gorgoritos de Alsacia-Lorena que la acústica de la sala seguía siendo lo que siempre había sido y de ninguna forma podía dejar de ser, esto es: el infierno del reverbero, el empíreo de la refracción del sonido; o, en fin, pasar los ratos muertos haciendo rodar la perinola hasta perder el control.

Al cuarto día, el Salón se cerró a cal y canto. Sólo el Gran Chambelán, tras una breve ceremonia secreta, debía entrar de nuevo en él y vaciar catorce botes de flit hasta desinsectar cada rincón de la sala. Año tras año, las doncellas de Palacio lo veían salir pálido, los ojos lechosos, los perniles temblequeantes, las rodillas flojas. Más que ebrio de permetrín. Al borde de la muerte, sí, mas satisfecho por el deber cumplido.

El quinto y el sexto día el Salón permanecía cerrado y sus puertas custodiadas por toda la Familia Figino. Posaban durante dos días para una foto que nunca llegaba. Sin moverse, sin hablar, sin permitir (jamás, nunca, de ningún modo) que nadie accediera a la sala de baile de Palacio. De ellos decían (dicen) que engordaban perros en el corral de su casa para luego comérselos (plato Figino-exquisito: orejas de perro pachón escrofuloso), que habían asesinado y hecho desaparecer el cuerpo de un buhonero, dos carteros, un vendedor de enciclopedias y quince o veinte Testigos de Jehová por andar rondando la casa-Figino en busca de sus mujeres-Figino, y que eran, por ir abreviando que la lista es larga y aún queda mucho por contar, una familia ciertamente notable, de costumbres un tanto depravadas incluso para los muelles usos Francés.

Y os aseguro que no es poco mi enojo al recordar cómo se torció y de qué forma lo que andaba bien derecho: mi gran triunfo en Francés.
Mientras los Figino guardaban las puertas en pose de familia esperando a un fotógrafo que nunca llegaría, yo recibía emocionado el deslumbrante casco prusiano que coronaría mi majestuosa figura en el Gran Desfile Anual de la Máscara en Palacio. ¡Un pickelhauben con pincho dorado del eximio Taller de Yelmos de Dánzig! Me lo enviaba en una caja con lazo dorado mi buena amiga brandeburguesa sobrina del archifamoso logopeda alemán (loco): Frieda Roderica Könisberg-Renania-Palatinado. Dentro, en una nota perfumada y con manchitas de chocolate-bombón, la buena de Frieda Roderica me deseaba suerte y me enviaba un besito con alas de mariposa que confieso que no alcancé a atrapar: escapó por la ventana a las calles Francés.
La verdad es que me había distraído el ruidito tan delicioso que hacen al rozarse los muslos de la hija de la viuda del segundo (tan joven, tan bonita, tan desgraciada) cuando baja brincando la escalera porque llega tarde al Liceo.

jueves, agosto 16, 2007

Correr tras el propio sombrero


"Hay pocos momentos en la existencia de un hombre en que éste experimente tan lamentable angustia y encuentre tan escasa conmiseración caritativa como cuando va en persecución de su propio sombrero. Para alcanzar un sombrero se requiere mucha frialdad y un grado especial de discernimiento. Uno no se debe precipitar, pues lo pisará; no debe caer tanpoco en el extremo opuesto, pues lo perderá por completo. El mejor modo es mantenerse gentilmente a la altura del objeto de la persecución, ser prudente y cauteloso, acechar bien la oportunidad, pasar poco a poco delante de él, y entonces dar un ataque rápido, agarrarlo por el ala y encajarlo firmemente en la cabeza; sonriendo todo este tiempo agradablemente, como si uno considerara que es una broma tan buena como cualquier otra."

Los papeles póstumos del Club Pickwick
Charles Dickens
(Trad. de José María Valverde)
Debolsillo/Mondadori

lunes, agosto 06, 2007

Verano. Verano. Verano.



De ir por casa o en traje de baño. Me acompaña, como dicen que le pasa a Europa y a los viejos europeos, un vago sentimiento de melancolía.

miércoles, agosto 01, 2007

Apoteosis Trenzano (1)



Quizá se ríen de mí desde la foto los Trenzano. Y no les faltan motivos.

Os contaré lo que pasó:

Hará cosa de una semana, atardecido ya, ufano, satisfecho, en sazón, dándome golpecitos con la fusta en los muslos al paso de mis espléndidas botas de montar, me dirigía henchido de entusiasmo al Gran Desfile Anual de la Máscara en Palacio. Aunque un delicioso uniforme de Timbalero del Cuerpo de Dragones de la Emperatriz casi había conseguido conquistarme, elegí mejor: vestía un uniforme completo de Oficial Prusiano de 1871, con sus charreteras, sus galones, su cordón azul al cinto, su sable, sus guantes y sus botones dorados. En la cima de mi humilde persona: gran fiesta Molar craneana: casco de coracero con su rutilante Pickelhaube picopicudo, insignia metálica en la frente y un cordón dorado ceñido a mi barbilla perfectamente rasurada. Completaban el conjunto las patillas hiperpobladas y un bigotazo que podría haber lucido el Káiser Federico III de Alemania o el mismísimo Otto Von Bismarck en noche de gala y baile palaciego.

Decía para mí (o lo que es lo mismo: pensaba): esta vez no se me escapa. Ni las tretas Trenzano ni todas las astucias Francés podrán evitarlo: la insignia de Gran Capitán de la Máscara y Chambelán Sensacional de Todo lo Francés y Parte del Extranjero Mundo sería, por fin y con justicia, mía.

Mi paseo a Palacio era Paseo Triunfal: una goleta o un rompehielos: mi sable, bauprés que parte en dos la muchedumbre turulata, el gentío enamorado de mi esplendente figura de espadón antiguo.

Después, la calle mala de un barrio desolado antes de enfilar la Avenida Francés. De la umbría de un gran portal de piedra (sobresalto y mano a la empuñadura del sable) surge La Gente Terrible. Al instante se ve que su elección para el Desfile no es feliz: guerreras raídas de sargento de Caballería del Reino de Würtemberg y sombreritos con pluma y distintivo de las tropas alpinas italianas. Me miran, los miro y, ya en calma, saludo educadamente:
- Buenas tardes, ¿qué de bueno, amigos Terrible?
- Muy buenas las tenga usted, Sr. Molar. Se le ve muy bonito. Al Desfile, supongo.
- No se equivoca, no. Es tradición inexcusable para cualquier Molar que se precie. Y yo lo hago.
- ¿Le importa que hagamos camino juntos?
- Marchemos. Permítanme que les coja del brazo y vayamos en alegre compaña a la célebre kermés de salón, al incomparable Gran Desfile Anual de la Máscara en Palacio. Algo me dice que esta será una noche de la que se hablará largo en Francés. Quizá hasta el año que viene cuando a estas horas, con buen tiempo y mejor humor, nos dirijamos de nuevo a Palacio marciales, viriles, iluminando el mundo con nuestra gentil lozanía.

Qué poco sospechaba entonces (así es justo decirlo, como tantas veces antes) cuánta verdad encerraba mi inocente vaticinio.

jueves, julio 26, 2007

Molimoribundia



En el día de mi trigésimotercer cumpleaños la Sra. de Molar me regala el libro perfecto. Sé que le ha costado mucho encontrarlo. Se lo agradezco. Es muy buena. Lo leeré en su honor. En el de todos. Gracias.

miércoles, julio 25, 2007

lunes, julio 16, 2007

Dicotiledóneo Magma y Señora


De fondo protervo mas gracioso en el trato, gustaba de las placas tectónicas y la viril fontanería. Fueron muy celebrados sus codillos de bronce rustidos y su válvula desatascadora Chateaubriand. Su mujer, cada noche, en el intermedio de Operación Triunfo: - Recuerda, amado mío, que hay otros mundos.
- Sí, pero están en éste.

Torcuato Luca de Tena




Logró escapar del priapismo en las Islas Venéreas, pero una noche, ya de vuelta en su casa de Montmartre, dio con la horma de su zapato: en la cama, el Cardenal Richelieu se la pegaba con Alfonso Paso.

lunes, julio 09, 2007

Isabel, Luis, las rosas, la comida y los pobres


Santa Isabel de Hungría (1207 - 1231), esposa del landgrave Luis II de Turingia, repartía comida entre los pobres contra los deseos de su marido. Fue sorprendida por éste y ocultó la cesta bajo el mandil.
En respuesta a su mirada inquisidora, le dijo: - Estoy recogiendo rosas.
Cuando él, suspicaz, le levantó suavemente el delantal, la comida se había transformado milagrosamente en un ramo de rosas.

martes, junio 26, 2007

La Familia Molar


En la Familia Molar nadie sabe bailar salsa.

miércoles, junio 13, 2007

Espíritu del Vestido


"Fue de un modo parecido como, fatigado y exhausto por tan elevadas especulaciones, di por primera vez con la cuestión del Vestido. Ya me parece bastante raro el hecho mismo de que haya Remendones y Remendados. El Caballo que monto tiene su propio pellejo: despójalo de las cinchas y orejeras y extraños arreos con que lo he revestido, y el noble bruto será su propio costurero, tejedor e hilador, más aún, su propio zapatero, joyero y sombrerero; corre libre por los valles con el cuerpo cubierto por un perenne traje impermeable de gala en el que la calidez y la comodidad han alcanzado la perfección; más todavía, también se ha tenido en cuenta la gracia y no faltan flecos ni pasamanerías de alegres y variados colores, hábilmente colgados en su lugar. Mientras que yo -¡el Cielo me asista! - me cubro con la zalea muerta de una oveja, con cortezas de vegetales, con entrañas de gusanos, con pellejos de buey o foca y el fieltro de bestias peludas; y voy por ahí convertido en un montón de harapos ambulante, cubierto de jirones y andrajos rebuscados en el pudridero de la Naturaleza, donde se habrían descompuesto, ¡sólo para que se descompongan más lentamente sobre mí! Día tras día, me veo obligado a cubrirme de nuevo; día tras día, mi miserable cubierta se adelgaza tras perder alguna de sus capas; rasgada por el uso y los tirones, debo cepillarla junto al cubo de las cenizas, junto al estercolero, hasta que gradualmente acaba toda allí y yo, el fabricante de polvo, el amolador de harapos, busco nuevo material que convertir en polvo. ¡Oh, bruto innoble! ¡Vil y más que vil! ¿Acaso no tengo yo también una piel compacta y completa, por pálida o sucia que sea? ¿Qué soy: una masa chapucera de harapos zurcidos por sastres y remendones o una pequeña Figura homogénea, bien articulada, automática y, lo que es más, viva?
Es extraño cómo los seres humanos cierran los ojos ante los hechos más palmarios, y por la mera inercia del Olvido y la Estupidez viven felices rodeados de Terrores y Portentos. Pero sin duda el hombre es, y ha sido siempre, un zote y un obtuso, más dispuesto a palpar ya digerir que a pensar y a considerar. Los prejuicios, que tanto dice odiar, son su legislador más absoluto; el simple uso y la costumbre le llevan siempre del dogal: basta con que un amanecer, una Creación del Mundo, ocurran dos veces para que dejen de ser maravillosos y dignos de mención o incluso visibles. Quizá ni una vez en la vida se le ocurra a vuestro vulgar bípedo, de cualquier país o generación, ya sea un Príncipe de áureo manto o un Campesino de bermeja zamarra, que su Vestido y su Ser no son uno e indivisible; que está desnudo, sin vestido, hasta que robe o compre uno y, por previsión, lo cosa y abroche.
Por mi parte, estas consideraciones sobre nuestra cubierta de ropa, y sobre cómo se cuela incluso en el centro de nuestro corazón privándonos de moral, me llenan de cierto horror por mí mismo y por la humanidad; casi como el que siente uno por esas vacas holandesas que, durante la estación húmeda, se ven pastando plácidamente con chaquetas y enaguas (de tela de saco rayada), en los prados de Gouda. Hay algo grande, no obstante, en el momento en que el hombre se despoja por primera vez de sus envolturas adventicias y se da cuenta de que está desnudo y de que es, como dice Swift, “un animal bifurcado, patizambo y esparrancado”, y sin embargo, también un Espíritu y un indecible Misterio de Misterios”.

Thomas Carlyle
Sartor Resartus
Vida y Opiniones de Herr Teufelsdröckh en tres libros

(trad. de Miguel Temprano García)
Alba Editorial

(Foto: la Familia Carmichael unos días antes de acariciar a todos los gatos)

martes, mayo 15, 2007

Vestidos, vestidos, vestidos.



[...] Sabe que cuando hace mucho calor hay que taparse con ropa de abrigo, una pelliza y un gorro de piel de cordero, y no quedarse en carnes, como hacen los blancos. Al contrario del hombre despojado de ropa, el hombre vestido piensa. La persona desnuda puede cometer cualquier locura. Los que crearon grandes obras siempre fueron vestidos. En Sumeria y en Mesopotamia, en Samarkanda y en Bagdad, a pesar del calor infernal, la gente siempre ha ido vestida. Se crearon allí grandes civilizaciones, desconocidas en Australia o el ecuador africano, donde la gente iba desnuda al sol. Basta leer unos capítulos de la historia del mundo para convencerse de ello. [...]

Ryszard Kapuscinski
El imperio
(trad. de Ágata Orzeszek)
Anagrama

domingo, mayo 13, 2007

(2) ¡Desnudos!, ¡Desnudos!, ¡Desnudos!



Después de acariciarlos a todos he ido a casa de Nino Gomera y le he pedido una copia del informe del Sr. Arzobispo Mayoral. Tenía dos. Una para mí. Otra para él. De paso me ha enseñado unas fotos del ombligo de su hermana.

Sigue como sigue:

El nigromante rondó unos días el Gólgota Francés. Vivía a salto de mata. A salto de cama si se daba el caso. Trabó amistad con los Niños Murcia y de vez en cuando les pedía que le dejaran su cuarto para hacer sus cosas. Invocando en la penumbra a unos cuantos muertos procuraba seguir vivo en la práctica de sus arcanos.
Allí, en la ladera del Gólgota Francés, los inviernos son duros, pero aun el invierno más cruel llega a su fin y trae tardes buenas. Fue en una de éstas que el nigromante se echó a dormir la siesta: desnudo sobre la hierba cencida de un hermoso prado. Durmió plácidamente, soñó muchachas nubias y loros muertos alfombrando las calles de Francés. Con el fresquito del ocaso se despertó. Olía a almizcle. O quizá a compota de manzana. Abrió los ojos y allí, de pie ante él, un joven en cueros vivos, pálido, casi transparente, el rostro de perfil, miraba al infinito. Su sexo, de tamaño colosal, le rozaba la nariz postiza. Se incorporó de un salto y aulló, sin saber bien ni mal lo que decía: - ¡Xedropot Násgu Bolardo de Palo!

Cuando abrió los ojos, aquello (que luego pasaría a conocerse como Xedropot: el primer Desnudo documentado y el único con la gracia de un nombre) se había esfumado.

Nuestro buen nigromante abandonó aquellas regiones perturbado en lo hondo por aquella visión y visitó a muchos amiguitos para relatarles lo que había visto (y olido): espiritistas, magos, médiums, adivinos, brujos, videntes, hechiceros, astrólogos, quiromantes y taumaturgos no le aclararon gran cosa. Alguno le hizo dudar: ¿no sería la aparición de un muerto recién invocado venida a destiempo? ¿Una trampa de su imaginación embebida en el misterio? ¿Algún hippie zarrapastroso con ganas de incordiar a la gente de bien y el cimbel estimulado por las drogas y el ayuno?

A los pocos días, la Gaceta Wöyzeck, al otro lado de Francés, hablaba de extrañas apariciones de exhibicionistas pálidos. Y lejos de allí, en los Cárpatos Francés, como quien no quiere la cosa, una de señora de muy buen ver dejaba caer sus pechos desnudos sobre las corvas de un seminarista dormido que, fuera o no casualidad, en ese mismo momento dejó de estarlo.

lunes, mayo 07, 2007

(1) ¡Desnudos!, ¡Desnudos!, ¡Desnudos!



En el vestíbulo del Hotel, un rato antes de acariciar a todos los gatos.

El Diario Francés trae hoy un resumen del informe del célebre Sr. Arzobispo Mayoral sobre la Amenaza Desnuda o, como prefieren llamarlo las Doce Plumas de perilla bien recortada: el Desnudismo Final.

Así cuenta el Sr. Arzobispo la primera Aparición Desnuda: en la ladera del Gólgota Francés, a medianoche, la familia Murcia Québonitaeres se disponía (otros dirían que se aprestaba, pero no es cosa de enmendarle la plana al Sr. Arzobispo, y menos para decir exactamente lo mismo y retrasar lo inevitable) a embadurnarse de Aután unos a otros en deleitosa armonía parentelar.

- Así, Tambor Choto, unta bien las ingles de tu hermanita, que si al escozor se une el roce, el disgusto es completo.
- Óptimo, Mamá Murcia, cuida de no dejar un solo pedazo de tegumento al albur de los feroces insectos del Gólgota Francés.
- Tan apreciados, por otra parte, por su deliciosa leche de insecto del Gólgota Francés.
- Con ella hacemos mantequilla del Gólgota y queso de espiritrompa.
- Y los domingos, si hace bueno, salimos al camino Francés y ofrecemos a los caminantes nuestros sabrosos productos tradicionales y nuestra modesta alegría.
- Una vez pasó, uno, eh, Mamá. ¿Te acuerdas?
- Sí pasó, como que este dedo meñique está cosido (como todo mi cuerpo) a esa inmensa tela de araña que es el universo todo, que pasó: recuerdo su pecho velludo, sus manos como tenazas de herrero, sus cejas pobladas, retorcidas en los extremos; la nariz gorda y roja (quizá postiza, como dicen que se estilaba aquel invierno) el aliento: vino Francés; y la mirada, negra, negra, negra cuando estaba en silencio.
- Al hablar se le irisaba. O más bien centelleaban en rojo el izquierdo y el derecho. Acompasados. Supuse que nuestro caminante debía de practicar la nigromancia. Y pronto descubrí que estaba en lo cierto.
- Pues sí, señor, ése es mi oficio. Les sonsaco a los muertos cosas que los vivos olvidaron, no osaron o no tuvieron tiempo de preguntarles.
- ¿Y eso da mucho?
- Hombre, pues depende. A veces, si es cosa de herencias, sociedades o dineros ocultos sí puedo cantar el aleluya (usted ya me entiende), pero muchas otras es más sentimental, de nietas o hijos a abuelos o madres y casi sabe mal pedir algo luego que no sea un refrigerio, un piscolabis o una pizca de sal gorda.
- ¿Y tiene usted nombre?
- Pues sí tenía uno, sí, y bien distinguido. Pero ya sabe cómo son estas cosas. Uno se obceca en lo suyo, se pasa el día magia negra por aquí, ocultismo por allá, hasta que llega a ser un nigromante de padre y muy señor mío. Eso sí, el nombre se le va borrando hasta que no queda ni la serifa de la A inicial en Garamond. Anónimo. Anónimo del todo se queda uno. Así que, si le parece bien, puede llamarme Caminante Nigromante Anónimo, Usted a secas, o brindarme otro de esos deleitosos aguijonazos con su espiritrompa que de tal forma han enardecido mi alma de brujo montañés.

domingo, marzo 11, 2007

La importancia del demonio


“Un gran conocedor del Demonio, San Ignacio, nos advierte en sus Reglas para en alguna manera sentir y conocer las mociones que en el ánima se causan y con mayor discreción de espíritus, de cómo pueden conocerse estos espíritus, buenos o malos, al oído o por el oído, finamente, aguzándolo: por el sonido, por una especie de sonoro tacto; que así como se ha dicho que cabe tocar con los ojos al mirar, bien pudiera decirse que se puede llegar a tocar en el alma con el sonido, ya que la fe es por el oído, según el apóstol; y sólo así a bulto y porque nos lo dice la fe sabemos, según Santa Teresa, que tenemos alma. Que eso pudiera ser, en definitiva, la poesía y la música, lo mismo infernal que celeste: una especie de sonoro tacto. En los que proceden de bien en mejor – escribe San Ignacio – el buen ángel toca a la tal ánima, dulce, leve, y suavemente como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca agudamente y con sonido e inquietud como cuando la gota de agua cae sobre la piedra; y a los que proceden de mal en peor tocan los sobredichos espíritus contrario modo; cuya causa es la disposición del ánima de ser a los dichos ángeles contraria o símile: porque cuando es contraria entran con estrépito y con sentido, perceptiblemente: y cuando es símile entran con silencio como en propia casa a puerta abierta.
Como la fe es por el oído y el oído es por la palabra de Dios: la palabra de Dios, que es la vida, la luz y la verdad, es la que, por el oído, viene a robarnos el Demonio. Por el laberinto del oído, que es como el laberinto del vientre, un entrañable laberinto de asimilación espiritual. El laberinto del oído son las entrañas del aire en las que se hace sangre espiritual nuestra fe como quería el apóstol. Por eso tenemos los creyentes el alma en un hilo: de aire o de sangre; porque en el fondo de ese sutilísimo laberinto vivo, radica, como todos sabemos, no solamente el sentido del oír, que es lo más profundo del hombre, sino ese otro sentido por el que se sostiene y se mantiene en pie: el de su equilibrio en el espacio; como si en esa laberíntica profundidad con que escuchamos se aclarase nuestro ser temporal en el espacio silencioso, en los espacios silenciosos. El silencio eterno de los espacios infinitos le asustaba a Pascal, por eso: porque le hacía perder el equilibrio, su equilibrio vivo.

José Bergamín
La importancia del demonio
Ed. Siruela

sábado, marzo 03, 2007

La tentación de San Antonio


"Se sienta y se cruza de brazos.

Sin embargo... había creído sentir la cercanía... Pero ¿por qué vendría Él? Además, ¿acaso no conozco sus artificios? He rechazado al monstruoso anacoreta que me ofrecía, riendo, panecillos calientes, al centauro que trataba de tomarme sobre su grupa, y a aquel niño negro aparecido en medio de las arenas, y que dijo llamarse el espíritu de la fornicación.

Antonio camina a derecha y a izquierda, vivamente.

Por orden mía se han construido esta multitud de retiros santos, llenos de monjes que llevan cilicios bajo sus pieles de cabras, ¡y son tantos que podrían formar un ejército! He curado de lejos a enfermos; he expulsado demonios; he pasado el río en medio de cocodrilos; el emperador Constantino me ha escrito tres cartas; Balacio, que había escupido sobre las mías, ha sido descuartizado por sus caballos; el pueblo de Alejandría, cuando he reaparecido, se peleaba por verme, y Atanasio me hizo volver al camino. ¡Pero también qué obras! ¡Hace ya más de treinta años que estoy en el desierto siempre quejándome! He llevado a mi espalda ochenta libras de bronce como Eusebio; he expuesto mi cuerpo a la picadura de los insectos como Macario; he permanecido cincuenta y tres noches sin pegar ojo como Pacomio; y aquellos a quienes decapitan, atenazan o queman tienen menos virtud quizá, puesto que mi vida es un martirio continuo.

Antonio modera su marcha.

¡Ciertamente no hay nadie en tan profundo desamparo! Los corazones caritativos escasean. Ya no me dan nada. Mi capa está gastada. No tengo sandalias, ni siquiera una escudilla, pues he repartido a los pobres y a mi familia todos mis bienes, sin guardarme un céntimo. Aunque no fuese más que para tener los instrumentos necesarios para mi trabajo, necesitaría un poco de dinero. ¡Oh!, ¡no mucho!, ¡una pequeña cantidad!, no la malgastaría.
¡Los Padres de Nicea, vestidos de púrpura, se mantenían como magos, en tronos a lo largo de la pared, y les ofrecieron un banquete, colmándolos de honores, sobre todo a Pafnucio, porque es tuerto y cojo desde la persecución de Diocleciano! El Emperador le ha besado varias veces su ojo vacío, ¡qué tontería! ¡Por lo demás, el Concilio tenía miembros tan infames! ¡Un obispo de Escitia, Teófilo; otro de Persia, Juan; un pastor de rebaños, Spiridion! Alejandro era muy viejo. ¡Atanasio debería haber mostrado más suavidad con los arrianos, para obtener de ellos concesiones!
¡Las habrían hecho ellos! ¡No quisieron escucharme! El que hablaba contra mí - un joven alto de barba rizada - me lanzaba con aire tranquilo objeciones capciosas; y mientras yo buscaba mis palabras, me miraban con sus caras malvadas, ladrando como hienas. ¡si pudiera hacer que el Emperador los exiliara, o más bien los golpeara, los aplastara, verlos sufrir! ¡Es mucho lo que yo sufro!

Se apoya desfallecido contra la cabaña.

¡Es de haber ayunado tanto!, mis fuerzas se me van. Si comiera... una sola vez, un trozo de carne,

Entorna los ojos, languideciendo.

¡Ah!, ¡carne roja!..., ¡morder un racimo de uvas!..., ¡leche cuajada que tiembla en un plato!
Pero ¿qué tengo?... ¿Qué me pasa?... Siento que mi corazón se ensancha como el mar cuando se avecina la tempestad. Una flojedad infinita se apodera de mí, y me parece que el aire cálido lleva el perfume de una cabellera. Sin embargo, ¿no ha venido ninguna mujer?

La tentación de San Antonio
Gustave Flaubert
(Trad. de Germán Palacios)
Ed. Cátedra

miércoles, febrero 21, 2007

Miércoles de ceniza


De ceniza.

Hasta el Jueves Santo: Cuaresma.

Jonás 3, 5-6:

Los hombres de Nínive creyeron a Dios, proclamaron ayuno, y desde el mayor hasta el más pequeño se vistieron con ropas ásperas.
Cuando la noticia llegó al rey de Nínive, este se levantó de su silla, se despojó de su vestido, se cubrió con ropas ásperas y se sentó sobre ceniza.

domingo, febrero 18, 2007

Jaime



Ayer por la tarde vino a casa un señor muy amable con bigote. Me senté en una silla. Él en la de al lado. Apoyó su cabeza en mi regazo mientras le cantaba:

- Jaime, Jaime, ráscame las bolas.
Jaime, Jaime, ráscame el pilón.

domingo, febrero 11, 2007

jueves, febrero 08, 2007

martes, febrero 06, 2007

Milagro III [El clérigo y la flor]


101.Leemos de un clérigo que era tiest herido,
ennos vicios seglares feramient embevido;
peroqe era locco, avié un buen sentido,
amaba la Gloriosa de corazón complido.

102.Commo quiere que era en ál mal costumnado,
en saludar a ella era bien acordado;
nin irié a eglesia nin a ningún mandado
qe el su nomne ante non fuesse aclamado.

103.Dezir no lo sabría sobre quál ocasión,
ca nos non lo sabemos si lo buscó o non,
diéronli enemigos salto a est varón,
ovieron a matarlo: ¡Domne Dios lo perdón!

104.Los omnes de la villa e los sus companneros,
esto commo cuntiera com non eran certeros,
de fuera de la villa entre unos riberos,
allá lo soterraron, non entre los dezmeros.

[…]

111.El dicho de la duenna fue luego recabdado,
abrieron el sepulcro apriesa e privado,
vidieron un miraclo non simple, ca doblado,
el uno e el otro fue luego bien notado.

112.Issiéli por boca una fermosa flor
de muy grand fermosura, de muy fresca color;
inchié toda la plaza de sabrosa olor,
que non sentién del cuerpo un punto de pudor.

113.Trobáronli la lengua tan fresca e tan sana
qual pareze de dentro la fermosa mazana;
no la tenié mas fresca a la meredïana
quando sedié fablando en media la quintana.

114.Vidieron que viniera esto por la Gloriosa,
ca otri non podrié fazer tamanna cosa;
transladaron el cuerpo, cantando “Specïosa”,
aprés de la eglesia en tumba más preciosa.

115.Todo omne del mundo fará grand cortesia
que fiziere servicio a la Virgo María;
mientre qe fuere vivo verá plazentería,
e salvará el alma al postremero día.


Milagros de Nuestra Señora
Gonzalo de Berceo
(Ed. de Vicente Beltrán)
Planeta, 1983.

lunes, febrero 05, 2007

Elogio de la mosca



3.- Por lo que se refiere al cuerpo, su cabeza se halla adherida al cuello por una sujeción extraordinariamente tenue; se mueve en todas direcciones con facilidad y no permanece quieta como la del saltamontes; sus ojos son saltones, sólidos, y se
parecen mucho a antenas; su pecho está bien encajado, y los pies se adhieren, sin quedar pegados como los de la avispa.
Su vientre está fuertemente protegido y parece una coraza con sus franjas y sus escamas. No se defiende de sus enemigos con su trasero, como la avispa y la abeja, sino con la boca y la trompa, de la que está armada, como los
elefantes, y de la que se vale para agarrar los alimentos, para coger los objetos, a los que se agarra por medio de un cotiledón colocado en su extremo. Le sobresale un diente con el que aguijonea y bebe la sangre. También bebe leche, pero prefiere la sangre, y su punzada no causa mucho dolor. Tiene seis patas, pero camina sólo con cuatro; las dos delanteras le sirven de manos. Se la ve pues andar con cuatro patas, sosteniendo en sus manos algún alimento que mantiene en el aire de un modo muy humano, absolutamente como nosotros.

4.- No nace tal como la vemos: es al principio un gusano que se reproduce en el cadáver de un hombre o de un animal; pronto se le forman los pies, y le crecen las alas, de reptil se convierte en pájaro; después, fecunda a su vez, produce un
gusano destinado a ser más tarde una mosca. Se nutre con los hombres, es su comensal y su invitada, y gusta de todos los alimentos excepto del aceite: beberlo representa para ella la muerte. Por rápido que sea su destino, pues su vida es corta, está a gusto a la luz del sol y vagabundea por ahí de día. Por la noche, descansa en paz, no vuela ni canta sino que permanece acurrucada y sin movimiento.

5.- La mosca tiene tal fortaleza que hiere todo lo que muerde. Su mordedura no sólo penetra la piel del hombre, sino también la del caballo y la del buey. Atormenta al elefante, introduciéndose en sus pliegues, y lo hiere con su trompa en la medida en que el espesor de su piel se lo permite. En cuanto a unirse unas con otras tienen las moscas muy gran libertad, y el macho no deja inmediatamente a la hembra como el gallo, sino que se le une por largo tiempo y la hembra lo soporta y aun lo carga en su vuelo y se va juntamente con el macho, sin que esto los perturbe.
Si se le corta la cabeza, el resto delcuerpo sigue vivo y respira aún por mucho tiempo.

6.- Pero el don más precioso con la que la ha engalanado la naturaleza es el del que voy a hablar ahora; Platón ha observado este hecho en su libro sobre la inmortalidad del alma. Cuando la mosca ha muerto, si se le echa un poco de ceniza, resucita al instante, como si renaciera, y recomienza una segunda vida. Lo cual debería servir para que todo el mundo estuviera convencido de que el alma de las moscas es inmortal, y de que, si ella se aleja de su cuerpo algunos instantes, regresa poco después, lo reconoce, lo reanima y lo hace reemprender el vuelo. En fin, convierte en verosímil la fábula de Hemotimus de Clazomena, que decía que a menudo su alma le abandonaba, y viajaba sola, para regresar enseguida, reingresando en su cuerpo y resucitando a Hermotimus.

Elogio de la mosca
Luciano de Samósata

martes, enero 30, 2007

Los Sres. de Narval abandonan su casita en el campo para probar suerte en la ciudad


Rául Narval y su esposa llegaron a la ciudad huyendo de Los Hombres Desnudos. Esperaban encontrar en el tráfago de la metrópoli, en su vivificante anonimato, reposo a sus modernos afanes, descanso para sus almitas atribuladas.

Al primer Desnudo se lo encontró la Sra. Narval una tarde al volver de clase del Sr. Trapatroles, afamado discípulo del logopeda alemán (loco).
De pie, en el ángulo oscuro del salón, sin apenas apoyarse en la pared, el rostro de perfil y los brazos en jarras. La rodilla derecha levemente flexionada, el sexo pendulón y la piel blanca como calostro, nieve o papel Fedrigoni Tintoretto Crystal Salt (brillo).
La Sra. Narval corrió llena de espanto en busca de su esposo. Cruzó su ubérrima huerta por el mismo centro, sin acordarse de acelgas, berenjenas, berros, boniatos, colinabos, chirivías, puerros, rábanos, rabanitos ni remolachas. Lo encontró donde esperaba: en casa de la familia Carmichael, despiojando mandriles para venderlos al peso a ecologistas cariacontecidos. Su marido dejó al momento el mono que tenía entre manos y se dirigió a su casa con ánimo de enfrentarse a cualquier cosa, por desabrigada que fuera. Cuando llegaron, aquel primer Desnudo había desaparecido. Sus pies habían dejado una leve marca de sudor en el suelo.
- Huele raro – dijo el Sr. Narval -. ¿Almizcle?
- Yo diría más bien compota de manzana.

Luego fueron apareciendo más. Siempre solos, nunca el mismo. Uno calvo y bajito en una mecedora, una mujer de pelo gris apoyada en la lavadora, un niño con cara de foca monje bajo el tendedero, otro muy flaquito en la funda del contrabajo.
También sus vecinos decían habérselos encontrado en los lugares más insospechados. Alguno había reaccionado con violencia, y por el pueblo corría el rumor de que Zebulón McKeihan le había dado una paliza de muerte a un Desnudo intempestivo con cara de muñidor intrigante y cintura praxiteliana.
Muchos lo intentaron, pero nadie logró hablar con ellos. Vinieron de la ciudad expertos investigadores en mistificación, mas no lograron verlos ni oliscar almizcle o compota de manzana.

- Amigo Carmichael, vengo a anunciarte que mi señora y yo hemos decidido probar suerte en la ciudad. La verdad es que ella siempre quiso ver las luces francesas, y ambos estamos más que hartos de encontrarnos Desnudos y de que la casa huela a almizcle o a compota de manzana, según el día o el capricho del viento. Tengo un pariente, Nino Gomera, que trabaja en el Palacio Francés. Ha contestado a mi llamada con júbilo parenteral e incluso me atrevería a decir que intravenoso. Subcutáneo quizá sería aventurado, pero todo se andará.
- ¡Ah, el Palacio Francés! Se dicen cosas.
- También dijimos hasta hartarnos de aquel buhonero entrañable con pinta de gilipollas y luego resultó ser un famoso presentador de televisión por cable en viaje de placer, de incógnito y de gran flexibilidad horaria.
- Ya.
- Sí.
- Bueno, amiguito, confío en que vuestra decisión sea acertada. Le dire a Ma Carmichael que os prepare algo de carne de caballo con condimento de frutillas para el viaje.
- Nos vendrá de perlas, a qué negarlo.
- Os daremos toda la que podáis transportar, y si durante el camino la carga se os hiciera muy pesada, podéis entonar cánticos a Sant Antoine de Puyseguin, nuestro amado patrón, mientras unas cuantas moscas beben de vuestras lágrimas devotas.

jueves, enero 25, 2007

ABEJAS


DE CÓMO UN ENJAMBRE DE ABEJAS SE POSA EN LA BOCA DEL NIÑO SAN ISIDORO (639 d.C.).
Era Isidoro aún muy pequeño, cuando lo dejaron durmiendo en el jardín. Un enjambre de abejas fue a posarse sobre el niño y algunas de ellas entraron en su boca. Allí depositaron su miel, presagio de que de esos labios brotaría una dulce elocuencia, semejante a la miel que se escurre por los panales donde la recogen las abejas, que acabaron convirtiéndose en atributo o símbolo de San Isidoro.– Acta Sanctorum, Bolandistas, 4 de abril.

Eça de Queiroz
Diccionario de Milagros
(trad. de Mario Merlino)
Mondadori

domingo, enero 21, 2007

La gente terrible


La gente terrible estuvo ayer por la tarde en tu casa. Corrían semidesnudos por los pasillos. Querían que lo pasaras bien: mordisquear, herir, picar, arañar, masticar, tarascar, desgarrar, partir, hender, escarbar, raspar, sajar, pinchar, tronchar, despedazar, morder, cortar, averiar, marcar, señalar, rasguñar, rayar, rasgar, romper; hacerte daño.
No estabas. Se fueron. Supongo que volverán uno de estos días por tu carne de caballo.

domingo, enero 14, 2007

Ajedrez comprometido


“Está enteramente de acuerdo con el espíritu del totalitarismo la condenación de toda actividad humana realizada por puro placer y sin ulterior propósito. La ciencia por el placer de la ciencia, el gusto del arte por el arte, son igualmente aborrecibles para los nazis, nuestros intelectuales socialistas y los comunistas. Toda actividad debe extraer de un propósito social consciente su justificación. No debe existir actividad espontánea, sin guía, porque pudiera producir resultados imprevisibles sobre los cuales el plan no se ha manifestado. Podría producir algo nuevo, no imaginado por la filosofía del planificador. El principio se extiende incluso a los juegos y diversiones. Dejo al lector que adivine si fue en Alemania o en Rusia donde se exhortó oficialmente a los jugadores de ajedrez así: "Tenemos que acabar de una vez y para siempre con la neutralidad del ajedrez. Tenemos que condenar de una vez y para siempre la fórmula de “el ajedrez por el placer del ajedrez”, como la fórmula de “el arte por el placer del arte”

Friedrich A. Hayek
Camino de servidumbre (1944)
(trad. de José Vergara)
Alianza Editorial

martes, enero 09, 2007

Parafina Alimentaria



Nadie en el Partido había oído hablar jamás de Parafina Alimentaria excepto su eximio Presidente, y ahora, ante el inminente reencuentro con Pintillo Pilono, Molibdeno evocaba con algo de pesadumbre hepática aquellos tiempos de sombreros Stetson, columnas salomónicas, pistolas de agua y asesinos.

Recordaba con la minuciosidad flamenca de un Van Eyck la estampa Alimentaria: los ojos grandes y oscuros (dos), la nariz cleopátrica (una, con dos agujeros), las mejillas siempre levemente arreboladas, la cabellera negra, larga, lisa; y, del cuello hasta los pies, todo lo habitual en una mujer de su tiempo (doble lo que ha de serlo por naturaleza y único lo sin par), aunque dispuesto de manera singularmente excelsa, lo cual la convertía en diana irresistible para las grandes palabras y los afectos desmesurados.
Le acompañaba, además, la fama de discreta, el misterio familiar y una amiga de chola cucurbitácea hija de un alférez de fragata.

Tras el primer encuentro esquinero, fugaz, Molibdeno habló a Pintillo (camarada, amigo, y compañero de estudios y francachelas) de la sin par Parafina:

- ¡Uf! ¡Af! ¡Ef! ¡Naga, naga!
- ¡Ahá! ¡ ¡Conque esas tenemos, amigo Molar!
- Sí, mi buen Pilono. El novamás, el acabóse, la guinda tártara, el filamento dorado, la bomba de Chanquete. El ñáñigo, ñáñigo, ñáñigo, ñaf.

Aquel día, sin saber, la armoniosa unión viril entre Pintillo y Molibdeno comenzó a resquebrajarse. Vinieron tiempos de lucha, de mistificación morbosa, y ambos fueron arrastrados por la vorágine Alimentaria hasta convertir su amistad en un despojo. Su carne de caballo: fértil pradera para la triquinosis.

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Mabuse no podía dormir. Sabía cuánto necesitaba estar despierto para afrontar con fuerza y claridad de ideas el Gran Rescate Manubrio de Francés, pero la sensación de que había algún cabo suelto en todo aquello no le abandonaba.
No le inquietaba la inesperada presencia de Pilono en la partida de rescate ni los extraños rumores que corrían acerca de la Bestia Mulé y la familia del marmolista; era otra cosa, algo vago, vagaroso, turbio entre la vagarina de su duermevela.

Ni el recuerdo de amistosas muchachas nubias ni la práctica de la epanadiplosis lograron serenarlo. Sólo cuando sus dedos alcanzaron bajo la almohada el lomo raído de su copia autografíada de "Die Stupïd Gramatikanen" del logopeda alemán (loco) con anotaciones manuscritas de San Serenín del Monte San Serenín Cortés Yo Como Soy Cristiana Yo Me Arrodillaré, pudo al fin conciliar el sueño.
Se introdujo el pulgar en la boca, apoyó la orejita derecha sobre el libro y, con la mano entre las piernas, gozando del suave calorcillo inguinal que da la vida, se entregó a Morfeo.
Marte velaría su sueño y, recién de día: de nuevo a la batalla contra lo torcido.