domingo, junio 25, 2006

El Trampolin de la Fama


El taxi que llevaba a Ceferino y a su amiguito al Palacio Francés era muy bonito y olía a lanolina. Lo conducía un señor que, según les contó, era misántropo, nanorrobot y gilipollas a tiempo parcial. Había trabajado durante años disfrazado de caballo en el Circo Price, y siempre que podía se colgaba moscas muertas del rabo con su camisita y su canesú.
- Aquí tiene, señor taxista, su dinero. Y un besito en el cráneo de propina.
- Quite, quite, si he disfrutado mucho. Incluso me atrevería a decir que debería ser yo quien les pagara por darle un ratito de alegría a un señor viejo y medio gilipollas al que no conocen de nada. Aquí tienen mi tarjeta: va mi dirección, mi teléfono y un breve testamento filosófico al dorso que puede serles útil si algún día quieren entrar en una logia masónica. Si no, no.

En la puerta del Palacio Francés un cartel anunciaba la final del Trampolín de la Fama para el sábado: Dientes de Sable, el campeón local, podía perder su corona de laurel de Emperador de la Canción Ligera contra la joven promesa de un disco-bar de Oviedo: Wilson Géminis de Fofo, también conocido como “El Moscovita”, como “Oleoducto” y como “Entre un buey y una mula, Dios ha naciido, y en un pobre pesebre lo han recogido”.

- La verdad es que me sabría mal por el Sr. Sable, pero El Moscovita viene pegando fuerte con su imagen moderna y su mezcla de ritmos sabrosones con las psicofonías de Vladimir I. Lenin y de Margarita de Borgoña, remasterizadas por un sobrino hidrocéfalo de Jiménez del Oso.
- Olvídate de eso ahora, Ceferino. Tenemos el Palacio Francés para nosotros solos. Los Trenzano duermen. Los Capdeserp le están haciendo una lavativa al marmolista, y el precio de la carne de caballo está por los suelos.
- Además, han fregado el linóleo con agua tibia y un tapón de jabón neutro. Huele a pino.
- Como aquella noche en Trípoli, ¿te acuerdas, Ceferino?
- Ahá!
- En Trípoli.
- Ahá, ahá!
- En Trípoli.
- Ahá!

jueves, junio 22, 2006

Gravedad e importancia del humorismo (III)


EL HUMOR

“[...] ...pues ese sentido de lo incongruente es una de las mayores cualidades que equilibran el espíritu europeo. Sería fácil recorrer los archivos de cada nación y señalar este elemento en cada novela u obra de teatro, y en no pocos poemas y obras filosóficas. Naturalmente no tenemos aquí espacio para llevar a cabo semejante indagación, pero podemos mencionar tres grandes nombres históricos, uno inglés, uno francés y el tercero español, pues inauguraron nuevas épocas e incluso los pocos que les superaron continuaron siendo sus seguidores. El primero de esos nombres decisivos es el de Chaucer, cuya urbanidad ha contribuido a ocultar en parte su verdadera originalidad. La civilización medieval tenía un poderoso sentido del grotesco, tal como se aprecia en su escultura, pero se trataba en cierto sentido de un sentimiento belicoso, relacionado con dragones y demonios; estaba vivo, pero sobre todo coleaba. Chaucer introdujo en aquella atmósfera la fresca brisa de la comedia verdadera, una especie de incongruencia aún más incongruente en aquel mundo. En sus descripciones personales tenemos un elemento nuevo y muy inglés, que hace que sintamos cierta simpatía hacia la misma gente de la que nos reímos. Toda la novela humorística, por no decir toda la novela, arranca del prólogo de los Cuentos de Canterbury.
Bastante más tarde, Rabelais pasó una nueva página al demostrar que las cosas del intelecto podían tratarse con la energía de los espíritus más elevados y una especie de presión física exuberante que era humorística en su propio abandono. Siempre será la inspiración de cierto tipo de impaciencia genial, y de los momentos en los que la gran imaginación humana se desborda.
[...] En tercer lugar, apareció con Cervantes un elemento nuevo en su expresión explícita: esa gran cualidad cristiana del hombre que se ríe de sí mismo.
[...] Desde entonces, el humor en este sentido puramente humorístico, la confesión de complejidad y debilidad que ya hemos señalado, ha sido una especie de secreto de la alta cultura de Occidente. La influencia de Cervantes, Rabelais y los demás recorre todas las letras modernas, sobre todo las nuestras; tiene un sabor ácido y taimado en Swift, un gusto más delicado y tal vez más dudoso en Sterne, recorre toda clase de experimento de ensayo o comedia, se detiene en la alegría pastoral de Goldsmith o continúa hasta dar a luz, como en un parto gigante, las vivas caricaturas de Dickens.
[...] El humor absurdo puede describirse como un humor que, por el momento, ha renunciado a cualquier conexión con el ingenio. Es un humor que abandona cualquier intento de justificación intelectual y no se limita a burlarse de la incongruencia de algún accidente o farsa, como subproducto de la vida real, sino que la extrae y disfruta por sí misma. Jabberwocky no es una parodia de nada; los Jumblies no son una sátira de nadie; se trata de la locura por la locura, igual que el arte por el arte, o, más exactamente, que la belleza por la belleza; y no sirven a ningún propósito social, salvo tal vez al de proporcionar un momento de evasión.
[...] Ésta es tal vez la última fase en la historia del humor; pero incluso en este caso conviene conservar lo que es una virtud esencial del humor: la virtud de la proporción. El humor, como el ingenio, está relacionado, aunque sea de manera indirecta, con la verdad y las virtudes eternas; igual que la mayor incongruencia consiste en ponerse serios al hablar del humor; la peor clase de pomposidad es enorgullecerse monótonamente del humor, pues él mismo es el mejor antídoto contra el orgullo y ha sido desde la época del Libro de los Proverbios el martillo de los idiotas.”

DEFENSA DEL ABSURDO

[...] “Es verdad, en cierto sentido, que algunos de los mejores escritores que ha visto el mundo — Aristófanes, Rabelais y Sterne — practicaron el absurdo, pero o mucho me equivoco o lo hicieron de un modo muy diferente. El absurdo de aquellos hombres era satírico, es decir, simbólico; era una especie de exuberante travesura alrededor de una verdad probada.
[...] Por tanto, si la literatura del absurdo va a ser de verdad la literatura del futuro, debe tener su propia versión del cosmos que ofrecer: el mundo no debe ser sólo trágico, romántico o religioso, también debe ser absurdo. Y aquí imagino que la literatura del absurdo acudirá inesperadamente en ayuda de la visión espiritual de las cosas.
[...] Ése es el lado de las cosas que tiende más sinceramente a la maravilla espiritual. Resulta muy significativo que en el mayor poema religioso existente, el Libro de Job, el argumento que convence al infiel no sea (como ha querido dar a entender la religiosidad meramente racional del siglo XVIII) una imagen de la ordenada beneficiencia de la creación; sino, por el contrario, una imagen de su inmensa e indescifrable sinrazón. “¿Has hecho que llueva en las tierras despobladas, en la estepa donde no habita el hombre?” Este sencillo sentido de la maravilla ante las formas de las cosas y su independencia de nuestros criterios intelectuales y nuestras triviales definiciones, es tanto la base de la espiritualidad como del absurdo. El absurdo y la fe (por extraña que pueda parecer esta conjunción) son las dos afirmaciones simbólicas supremas del hecho de que extraer el alma de las cosas con un silogismo es tan imposible como sacar al Leviatán del agua con un anzuelo. La persona bienintencionada que, tras estudiar sólo el lado lógico de las cosas, decide que la “fe es absurda”, no sabe cuánta verdad encierran sus palabras; más tarde podría reencontrarla en la forma de que el absurdo es la fe.”

G. K. Chesterton (1874 – 1936)
Correr tras el propio sombrero (y otros ensayos)
(Trad. de Miguel Temprano)
Acantilado, 2005.

miércoles, junio 21, 2006

El Doctor Ivory y su enfermito propio


“También, durante mi estancia en París, conocí a otros tipos pintorescos, que aunque no lograran la popularidad de los anteriores, no por eso son menos interesantes.
A uno de ellos, quizá el más pintoresco, lo conocí, completamente desnudo, en Montmartre.
Y no es que fuese Adán ni que fuese Eva. No.
Era un señor que iba desnudo, con todo fuera, sencillamente porque era muy pobre, y como era tan pobre no tenía dinero ni para comprarse una camisita, ni un traje, ni un abrigo, ni siquiera un trapo roto…
Era tan pobre que tenía también un hijo pobre. Un niño de pocos meses con la barba ya crecida por no tener dinero ni para ir a afeitarse a la peluquería.
Al señor aquel, que se llamaba Monsieur Bonald, al principio de ser pobre le daba mucha vergüenza salir a la calle desnudo, y se quedaba todo el día en la cocina de su casa, y allí se pasaba las horas muertas mirándose los brazos y la barriguita, que nunca se cansa uno de verse, ya que es de las cosas que más entretienen.
Con él jugaba el niño, también en cueros, y padre e hijo hacían en su casa lo que se hace cuando se está desnudo: tomar duchas y hacerse uno a otro, encima de la mesa, grandes operaciones quirúrgicas. Un día el hijo le hizo al padre la operación de la apendicitis; y otro día el padre le hizo al hijo la operación del riñón. Todo, claro, sin necesidad y sólo para aprovechar que estaban desnudos.
No tenían qué comer, la miseria les iba matando poco a poco y los vecinos empezaban a criticarles por su indolencia. Y entonces decidieron salir a la calle a pedir limosna.
El primer día que salieron a la calle, así desnudos, con todo fuera, llamaron mucho la atención, y la gente, tan poco acostumbrada a ver personas desnudas, se creía que eran conejos o bichos de esos del campo. Nadie podía figurarse que fuesen un señor y un niño, y los transeúntes les echaban hierbas y les hacían comer pan y papeles en la mano.
[…] Las señoras y los caballeros les entregaban monedas de plata y cobre, y en cinco días que estuvieron así por las calles cogieron miles de francos.
[…] Pero a pesar de coger tantas limosnas, y de ganar más dinero que en la vida ganó ningún mendigo, el padre y el hijo, con la boca abierta por el asombro, veían que seguían tan pobres como siempre, hasta el extremo de no tener dinero ni para comprarse un pedazo de pan.
La razón no era extraña.
Era simplemente que ellos cogían el dinero y se lo metían en el bolsillo, como hace todo el mundo que coge dinero. Pero como el padre y el hijo iban desnudos y los que van desnudos no tienen bolsillos, el dinero no se sabía dónde iba a parar…
[…] Un día Bonald, que había enfermado con tanto disgusto, tropezó en su camino con el doctor Ivory. Y el hijo, a su vez, tropezó con el bondadoso monsieur Picard, los cuales habían de salvar a los dos de su miseria.
El doctor Ivory era un sabio doctor que estudiaba desde por la mañana hasta la noche tantos libros gordos para saber curar a los enfermos, que no le quedaba tiempo ninguno para curar a los enfermos, ni siquiera para verlos, ni para nada.
[…] Y aquel sabio doctor, un día, en la calle, encontró a monsieur Bonald, desnudo, enfermo y desnutrido, y pensó comprarlo para llevárselo a su casa y tener un enfermito propio.
Aquel sabio doctor, por lo tanto, además de un magnífico quirófano y una elegante biblioteca, tuvo desde entonces un enfermito propio, para él solo, que era suyo y muy suyo, y que nadie más que él podía tocar por dentro y por fuera.
Había sido la ilusión de toda su vida, y por eso, al conseguirlo, estaba tan contento y tan colorado que daba gusto verlo…
- Cuando tú seas un médico muy rico – le decía de pequeño su madre buena – podrás tener un enfermito para ti solo, y lo pondrás en la sala que da a la calle, junto al piano, y podrás mirarle la lengua siempre que tú quieras, nenito mío.

Cuando la madre le decía esto, el niño estudiaba con ahínco y era muy bueno y muy formal, pues prometerle a un niño que estudia medicina un enfermito de verdad, con diabetes y todo, es como prometerle un barco al que estudia para marinero o un traje de maja al que estudia para cupletista.
[…] Por este motivo los médicos pobres que no pueden comprar un enfermo, aunque sea pequeño y no esté fresco, están siempre tan tristes y nada les divierte.
El doctor Ivory, en cambio, estaba encantado con su enfermito propio, al que había puesto en la salita, sentado en una butaca y cubierto con una tarlatana para que no le picasen las moscas.
[…] Cuando llegaba una visita de confianza para el doctor, o para su señora, después de merendar en el comedor, pasaban a la salita y les enseñaban el enfermo para presumir.
- Tiene dieciocho enfermedades, todas graves – explicaban, lo mismo que al enseñar el aparato de radio decían: “Tiene ocho lámparas”.
Las visitas lo miraban por todas partes, levantando la tarlatana, y lo encontraban muy barato, y decían que con aquel enfermito en aquel rincón la sala resultaba mucho más mona. Y todos se sentaban a su alrededor y le echaban bromoquinina.
Pero el enfermo duró sólo unos diez años. Luego se murió.
Y éste fue el final de monsieur Bonald. En cuanto al hijo, su final fue muy diferente. Él tuvo más suerte al encontrar al bondadoso monsieur Picard.”

Miguel Mihura
Mis Memorias, 1948.

jueves, junio 15, 2006

La necesidad de ideología



“[…] Como exime a la vez de la verdad, de la honradez y de la eficacia, se concibe que ofreciendo tan grandes comodidades, la ideología, aunque fuera con otros nombres, haya gozado del favor de los hombres desde el origen del tiempo. Es duro vivir sin ideología, ya que entonces uno se encuentra ante una existencia que no conlleva más que casos particulares, cada uno de los cuales exige un conocimiento de los hechos únicos en su género y apropiado, con riesgos de error y de fracaso en la acción, con eventuales consecuencias graves para uno mismo, con peligros de sufrimiento y de injusticia para otros seres humanos, y con una probabilidad de remordimiento para el que decide. Nada de esto puede suceder al ideólogo, que se sitúa por encima del bien y de la verdad, que es él mismo la fuente de la verdad y del bien.

[…] Aunque la ideología no posea eficacia, en el sentido de que no resuelve ningún problema real, ya que no proviene de un análisis de los hechos, sin embargo está concebida con vistas a la acción; transforma la realidad, e incluso mucho más poderosamente de lo que lo hace el conocimiento exacto. Este es, incluso, todo el objeto de este libro. La ideología es ineficaz en el sentido de que no aporta las soluciones anunciadas por su programa. Así, la colectivización de las tierras suscita no la abundancia, sino la penuria. Pero no por ello tiene una menor capacidad de acción sobre lo real, porque precisamente ella puede hacer pasar los hechos e imponer a varios centenares de millones de hombres una aberración económica fatal para la agricultura. En otras palabras, la colectivización no es una verdad agrícola, pero sí una realidad ideológica que, aunque destructora de la agricultura, ha sido mucho más concretamente extendida en el siglo XX que la simple verdad agrícola.

[…] El poderío de la ideología encuentra su mantillo en la falta de la curiosidad humana por los hechos. Cuando nos llega una información nueva, reaccionamos ante ella empezando por preguntarnos si va a reforzar o a debilitar nuestro sistema habitual de pensamiento, pero esa preponderancia de la ideología no tendría explicación si la necesidad de conocer, de descubrir, de explorar lo verdadero animara tanto como se dice nuestra organización psíquica. La necesidad de tranquilidad y de seguridad mentales parece más fuerte. Las ideas que más nos interesan no son las ideas nuevas. El florecimiento de la ciencia, desde el siglo XVII, nos incita a presuponer en la naturaleza humana un congénito apetito de conocimientos y una insaciable curiosidad por los hechos. Pero, como nos enseña la historia, si el hombre despliega, en efecto, una intensa curiosidad intelectual, es para construir vastos sistemas explicativos tan verbales como ingeniosos, que le proporcionan la tranquilidad de espíritu en la ilusión de una comprensión global, más que para explorar humildemente las realidades y abrirse a informaciones desconocidas. La ciencia, para nacer y desarrollarse, ha debido y debe aún luchar contra esa tendencia primordial, en torno a ella y en su propio seno: la indiferencia al saber. La tendencia contraria, por razones que todavía se nos escapan, no pertenece más que a una ínfima minoría de hombres, y, además, en ciertas secuencias de su comportamiento y no en todas.”

Jean-François Revel
El conocimiento inútil
(Trad. de Joaquín Bochaca)
Austral, 1993.

miércoles, junio 14, 2006

Gravedad e importancia del humorismo (II)


“[…] En 1.621 el inglés Burton publicó un libro precioso, la Anatomía de la Melancolía, sobre el caso más llamativo de estos últimos, que siempre han sido privilegiados de la fortuna. La influencia de la melancolía (del griego melanos kolia, “humor negro”) ya había sido tratada por el problema XXX de los Problemmata que se atribuyeron a Aristóteles y fueron, sin duda, obra de su círculo de seguidores: aquel humor de madurez es el que conviene a los héroes ( y por eso fue preponderante en Empédocles, Platón y Sócrates, según nos dice) y, desde luego, a los artistas, porque proporciona una suerte de superávit de conciencia del yo, una adecuada hegemonía de los sentimientos sobre el raciocinio. Y es que los melancólicos estaban bajo la influencia del raro y lejano planeta de los anillos misteriosos, Saturno. Desde el famoso e impresionante grabado de Durero hasta los cuadros de Giorgio de Chirico, pasando por alguno de los más bellos momentos del arte humanista, la representación de la melancolía y de los melancólicos ha sido la metáfora predilecta de la ambición intelectual y la conciencia de fracaso, del descontento fecundo y la penetración estética. La melancolía es, a fin de cuentas, el humor por antonomasia y, por supuesto, el más prestigioso.”

José-Carlos Mainer
El humor en España: del Romanticismo a la Vanguardia
en Los humoristas del 27, MNCARS, 2002.

“[…] Un caballero español de gran ingenio iba a morir cuando llegó a verle un amigo pesadísimo, de esos que no se van nunca y alargan las visitas con su charla anodina. El moribundo resistió todo lo que pudo, pero hubo un momento final en que le dijo: “¡Con el permiso de usted, voy a entrar en el período agónico!”, y se volvió hacia la pared para fallecer.”

Ramón Gómez de la Serna
Humorismo
Ismos, 1931.

lunes, junio 12, 2006

Gravedad e importancia del humorismo (I)


“[…] Cuando ni gemimos ni nos encolerizamos ante lo que nos disgusta, no queda más que una actitud: la de la burla. Es ésta una posición desde la que no pretendemos matar al adversario, sino, en todo caso, hacer que se suicide; ni aspiramos a contagiarle nuestras lágrimas, sino a que sea la sonrisa la que se le pegue y le desarme.
En este caso la impresión hiriente no pasa tan sólo por el corazón para tomar en él bríos de protesta o acentos aflictivos, sino que se deja macerar en el cerebro, de donde sale como amansada; más pulida, más cortés y, sobre todo, más comprensiva. […]”

Wenceslao Fernández Flórez
Discurso de ingreso en la Real Academia, 1945.


“[…] Hoy parece volver a imperar la teoría de los humores mantenida por los médicos, desde Marañón, que preconiza la inyección de alegría, a Pittaluga, que prejuzga el sentido del humorismo al definir el temperamento como algo que “surge del conjunto de las correlaciones bioquímicas humorales, dependientes, a su vez, de la actividad trófica y glandular o diastásica de las células que integran nuestros órganos, muy en particular los órganos de secreción interna. Ejercen éstos directa y continua acción sobre el sistema nervioso vegetativo; y por medio de este último y del plasma sanguíneo otorgan al sistema nervioso central las cualidades específicas de nuestra sensibilidad”.

[…] Se sabe de la influencia en la alegría de un buen endocrinismo y metabolismo, y espero que pronto se encuentre la glandulilla basamental del humorismo, y que a los hipohumoristas les podrá compensar una inyección de preparado humorístico.

[…] En el momento de girar la épica hacia otro avatar, surge lo humorístico como la fiesta más eternal, porque es la fiesta del velatorio, de todo lo falso descubierto y de todo lo que estuvo implantado, y a lo que le llega la hora de la subversión.

[…] La actitud más cierta ante la efimeridad de la vida es el humor. Es el deber racional más indispensable, y en su almohada de trivialidades, mezcladas de gravedades, se descansa con plenitud.
Se sobrepasa gracias al humor esa actitud por la que sólo se es un profesional del vivir, en toda la sumisión que representa ese profesionalismo.

[…] No se propone el humorismo corregir o enseñar, pues tiene ese dejo de amargura del que cree que todo es un poco inútil.
Casi no se trata de un género literario, sino de un género de vida, o mejor dicho, de una actitud frente a la vida.
El humorismo ha de tener una nobleza improvisadora de poeta. ¡Qué feo es ese humorismo sistemático de sota, caballo y rey, sin la feracidad sentida del artista!
La tremulancia que necesita el humorismo no se encuentra jamás en esos humoristas de ajedrez, verdaderos simuladores del humor, que realizan su papel como actores repetidos del humorismo.

[…] Gracias al humorismo, el artista evita el creer resolver problemas que son insolubles y que tal vez ni problemas son, sino la vida mal planteada, defectos de la vida confinada en pequeños círculos. Gracias a ese recurso de elevación se pone en extremos de luz el margen en que estará el porvenir respecto a muchas cosas y deja abierto el círculo en vez de cerrarlo de esa manera que ha vuelto insoportables muchas obras literarias por atosigación de su seriedad y de su calidad de género cerrado.

[…] Toda obra tiene que estar ya descalabrada por el humor, calada por el humor, con sospechas de humorística; y si no, está herida de muerte, de inercia, de disolución cancerosa.
Todo lo que no tenga humorismo se convierte en un cuento de miedo que no mete miedo a nadie.

[…] El humor entra en las cosas por el lado por el que no existen, y es el que las revela más.
Lo que de mastodóntico y aplastado tiene el mundo sólo lo compensa la mirada humorística. Todo es montaña para el hombre si el hombre no es humorista. […]”

Ramón Gómez de la Serna
Gravedad e importancia del humorismo
Revista de Occidente, febrero 1928.

viernes, junio 09, 2006

Carta desde Damasco


“Hay una cosa que nos pierde, ¿sabes?, una cosa estúpida que nos estorba, y es el gusto, el buen gusto. Tenemos demasiado, quiero decir que nos preocupamos por ello más de lo que hace falta. El miedo a lo malo nos invade como una niebla (una niebla sucia de diciembre, que llega de golpe, que te hiela las entrañas, que apesta bajo la nariz y te lastima los ojos), tanto que, no atreviéndonos a avanzar, nos quedamos inmóviles. ¡No ves cómo nos volvemos críticos, cómo tenemos poéticas propias, principios, ideas preconcebidas, reglas en fin, como Delille y Marmontel! ¡Se trata de otras!, ¡pero eso qué importa! Lo que falta es audacia.
Vuelve pues, hermoso tiempo de mi juventud, en que yo soltaba en tres días un drama de cinco actos. De tantos escrúpulos, nos parecemos a esos pobres devotos que no viven por miedo del infierno, y que despiertan a su confesor muy temprano para acusarse de haber abortado en sueños por la noche. No nos preocupemos tanto del resultado. Trabajemos, actuemos; ¡no importa qué niño dé a luz la Musa! ¿El placer más puro, no está en sus besos?”

Carta de Gustavo Flaubert a Luis Bouilhet.
Damasco, 4 de septiembre de 1850
“Cartas del Viaje a Oriente”
(Trad. de Ricardo Cano Gaviria)

lunes, junio 05, 2006

Carne de caballo



"Moli los dejó dormir y se puso a dar vueltas por el campamento. Se preveía un próximo combate con los japoneses. Los soldados se preparaban o desayunaban. Los jinetes daban pienso a sus caballos.
Había un cosaco que tenía frío en las manos y se las calentaba en el coño de su yegua. El animal relinchaba suavemente; de pronto, el cosaco, enardecido, se subió a una silla detrás de su bestia y sacando una gran polla tan larga como el asta de una lanza la metió con delicia en la vulva animal, que segregaba un zumo caballar muy afrodisiaco, dado que el bruto humano descargó tres veces con grandes movimientos de culo antes de desencoñar.
Un oficial que vio aquel acto de bestialismo se acercó al soldado junto con Moli, y le reprochó vivamente haberse entregado a su pasión.
— Amigo mío — le dijo —, la masturbación es una cualidad militar. Todo buen soldado debe saber que, en tiempo de guerra, el onanismo es el único acto amoroso permitido. Menéesela, pero no toque usted a las mujeres ni a los animales."

Apollinaire
Las once mil vergas o Los amores de un Hospodar
(1907)
(Trad. de Mauro Armiño)

domingo, junio 04, 2006

El Palacio Francés



- Ven, ven, Ceferino. Al Palacio Francés.
- Me gustaría.
- Ven.
- ¿Sin Trenzanos ni Capdeserps?
- Solos tú y yo, en el Palacio Francés.
- ¿Sin música ambiente?
- Ni vedettes, ni ventrílocuos, ni artistas de cine.
- Voy.
(·)
- Al Palacio Francés, si es tan amable.

viernes, junio 02, 2006

U,i,u,aa,pim,pam,toma Lacasitos; u,i,u,aa: verás qué buenos que están.


"El que no se sienta nacionalista ni quiera a lo suyo no tiene derecho a vivir"

Xabier Maqueda, senador del Partido Nacionalista Vasco, Palma de Mallorca, domingo 28 de mayo de 2006

jueves, junio 01, 2006

Informalismo abstracto en Trípoli


- ¿3 + 2?
- 4.
- Por el culo te la hinco.