miércoles, agosto 01, 2007

Apoteosis Trenzano (1)



Quizá se ríen de mí desde la foto los Trenzano. Y no les faltan motivos.

Os contaré lo que pasó:

Hará cosa de una semana, atardecido ya, ufano, satisfecho, en sazón, dándome golpecitos con la fusta en los muslos al paso de mis espléndidas botas de montar, me dirigía henchido de entusiasmo al Gran Desfile Anual de la Máscara en Palacio. Aunque un delicioso uniforme de Timbalero del Cuerpo de Dragones de la Emperatriz casi había conseguido conquistarme, elegí mejor: vestía un uniforme completo de Oficial Prusiano de 1871, con sus charreteras, sus galones, su cordón azul al cinto, su sable, sus guantes y sus botones dorados. En la cima de mi humilde persona: gran fiesta Molar craneana: casco de coracero con su rutilante Pickelhaube picopicudo, insignia metálica en la frente y un cordón dorado ceñido a mi barbilla perfectamente rasurada. Completaban el conjunto las patillas hiperpobladas y un bigotazo que podría haber lucido el Káiser Federico III de Alemania o el mismísimo Otto Von Bismarck en noche de gala y baile palaciego.

Decía para mí (o lo que es lo mismo: pensaba): esta vez no se me escapa. Ni las tretas Trenzano ni todas las astucias Francés podrán evitarlo: la insignia de Gran Capitán de la Máscara y Chambelán Sensacional de Todo lo Francés y Parte del Extranjero Mundo sería, por fin y con justicia, mía.

Mi paseo a Palacio era Paseo Triunfal: una goleta o un rompehielos: mi sable, bauprés que parte en dos la muchedumbre turulata, el gentío enamorado de mi esplendente figura de espadón antiguo.

Después, la calle mala de un barrio desolado antes de enfilar la Avenida Francés. De la umbría de un gran portal de piedra (sobresalto y mano a la empuñadura del sable) surge La Gente Terrible. Al instante se ve que su elección para el Desfile no es feliz: guerreras raídas de sargento de Caballería del Reino de Würtemberg y sombreritos con pluma y distintivo de las tropas alpinas italianas. Me miran, los miro y, ya en calma, saludo educadamente:
- Buenas tardes, ¿qué de bueno, amigos Terrible?
- Muy buenas las tenga usted, Sr. Molar. Se le ve muy bonito. Al Desfile, supongo.
- No se equivoca, no. Es tradición inexcusable para cualquier Molar que se precie. Y yo lo hago.
- ¿Le importa que hagamos camino juntos?
- Marchemos. Permítanme que les coja del brazo y vayamos en alegre compaña a la célebre kermés de salón, al incomparable Gran Desfile Anual de la Máscara en Palacio. Algo me dice que esta será una noche de la que se hablará largo en Francés. Quizá hasta el año que viene cuando a estas horas, con buen tiempo y mejor humor, nos dirijamos de nuevo a Palacio marciales, viriles, iluminando el mundo con nuestra gentil lozanía.

Qué poco sospechaba entonces (así es justo decirlo, como tantas veces antes) cuánta verdad encerraba mi inocente vaticinio.

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