jueves, marzo 04, 2010

Estreno de Mono. Mono Wilkins.



La pequeña de los Miñambres miraba con arrobo al mono que dormía en su cunita de mono junto al fuego:
—¿Qué nombre le pondremos, hermana? No lo tiene nuestro mono nuevo.
—Yo lo llamaría Eusebio Wilkins —respondió la Miñambres mayor, atusándose el bigote con marcial gallardía— Eusebio por Eusebio el de anchas espaldas y Wilkins por aquel Marinerito Wilkins: pícaro lobezno de mar que papá trajo de Normandía para que jugáramos a la pídola, a la Rueca Marianista y al Calvosotelo.
—Sí. Lástima de Wilkins. Me acuerdo de él muy a menudo, no creas. ¿Quién podía imaginar que al pobre le haría efecto la rubeola después de aquel golpe de mar?
La pequeña guarda silencio un instante y después le tiende la mano a la mayor. Hay trato.
—Llamémosle Wilkins, pues. Eusebio Wilkins. Y si me lo permites, querida, sugeriría también que esta misma tarde le lleváramos una ofrenda, un bonito presente, al dios de los monos de nuestro condado —Riqui Servicios, el de aterciopelada piel banana— para que Mono Wilkins crezca tamaño y viril y así, llegado el momento, pueda entregarse a los juegos más atrevidos con pericia y buen tino.
—Sea, hermana. De todos es bien conocido que una Miñambres no deja nada al azar y se precia tanto de su honra como de su prudencia y reciedumbre, lo cual ni es moco de pavo ni lo parece. Mas dejemos ahora que el mono nuevo repose, que su sangre se aquiete y su corazón se caldee, pues ya en sus sueños de mono se adivina un afán.

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