lunes, diciembre 04, 2006

El cadáver de un marmolista



Minestrone podía sentir tras él la locura Mulé; le oía aullar, pero no miró ni una vez el espejo retrovisor. Pronto llegaría a campo abierto, y confiaba en burlar a su perseguidor tomando alguna pista de tierra o internándose (peligroso, ¿eh?) en las propiedades de Pintillo Pilono.
Hizo girar rápidamente el volante; doblaba un cruce. Las ruedas de un lado se levantaron y, al cabo de un segundo interminable, volvieron al suelo con un ruido sordo. No aminoró: el pie pegado al acelerador, bombeando adrenalina al motor de su destino; si un poco cansadito, gloriosamente arriesgado. En órbita.

La estela multicolor de Minestrone a toda leña fue la última visión del marmolista. Cruzaba la calle en dirección al centro. Iba la mar de contento a hacer el primer presupuesto del día cuando el Tyrrell P 34 lo hizo pedazos. La Bestia quedó inconsciente sobre el volante, como un muñeco sin afeitar. Un hilillo de sangre cruzaba su ojo derecho, goteaba sobre su rodilla desnuda e iba formando un charquito pegajoso en la alfombrilla del coche.

El cadáver del marmolista estaba rodeado de transeúntes mudos, indecisos y (no todos) medio gilipollas. Casi al mismo tiempo que los sanitarios rubicundos en pantalón corto aparecieron los hermanos del difunto: el Registrador de la Propiedad, el Desdentado Mórbido y el Otro. Los presentes prudentes (los insensatos, a lo suyo) al punto comprendieron que el problema más pequeño de la Bestia en el futuro sería sanar de sus heridas.

Casi instintivamente, Minestrone miró al fin por el retrovisor. No alcanzó a comprender lo que había pasado, pero supo que los Papeles Negros, al menos de momento, estaban a salvo. Levantó el pie del acelerador, se frotó el muslo derecho con la palma abierta y dirigió su poderosa máquina a la sede del Partido Molar. El camino entero dándole vueltas al rescate de Manubrio.
- ¡Palacio Francés, refugio de los torcidos, ahora nos veremos las caras!

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