
Ahora que la Humanidad conoce las benéficas propiedades, las muy grandes maravillas de la olla ROTWELL, muchos de nuestros lectores nos piden que indaguemos (un muerto viviente quizá utilizaría verbo cadáver: «pesquisar» por ejemplo) sobre la familia que durante tanto tiempo la custodió y que, en un momento del todo propicio, decidió hacerla aparecer ante nuestros ojos sorprendidos hace tan solo un par de semanas. Así, me pongo en contacto con Pintillo Pilono Jr. quien, a pesar de ser uno de sus miembros más jóvenes, parece haberse convertido en portavoz de la familia, y responde a mis preguntas con esta amable carta, de la que hoy ofrezco los primeros párrafos:
«La olla ROTWELL llegó a mi familia de manos del tío Pylon Pirracas Pylon, hermano o primo de alguien que hoy ya nadie osaría identificar sin miedo a perderse en la nutrida copa de nuestro árbol Pilono, tras un proceloso viaje por las Hébridas, en la primavera de 1.919, y desde entonces ha permanecido custodiada en secreto en un lugar que jamás mortal alguno podría llegar siquiera a imaginar. Hoy que la Humanidad conoce ROTWELL tampoco lo desvelaré; por muy variadas razones. La principal: el respeto a nuestros antepasados, que tanto callaron. Allí, pues, mi familia protegió la olla maravillosa de las miradas idiotas de quiromantes, protomentalistas y grafólogos; de todo ese circo indigno, en fin, del esoterismo y las ciencias ocultas. Y también de poderes en todo terrenales pero, al cabo, más peligrosos.
Sólo dos de nosotros gozaban del privilegio (y asumían así la inmensa responsabilidad) de acceder al lugar donde la bendita olla descansaba; en espera de que la Humanidad alcanzara el punto necesario de evolución para poder asimilar sus maravillas sin daño.
Y justo en ese punto acababan convergiendo todas las conversaciones de la Familia Pilono a poco que se encontraran en una situación propicia dos o más de sus miembros y nadie no avisado presente; quizá por la natural inclinación que toda persona tiene a buscar algo que dé trascendencia a su vida y quedar, de paso, en la Historia como eximio benefactor, o simplemente porque algunos de mis familiares (quizá yo mismo) se aburrían bastante más de lo que estaban dispuestos a admitir.
Así, regularmente aparecía alguien que creía ver señales inequívocas en los acontecimientos del siglo de que por fin el momento de que la olla ROTWELL brillara entre todos con luz desusada y despejara de broza la senda del Progreso había llegado.
Mi primo Calambres, por ejemplo, respondía hace ya algunos años a mi escepticismo:
- Internet fue la señal: la última puerta se abre. Quizá haya que esperar a que la conexión se extienda a cuevas y hogares de toda condición y a que el pelaje óptico se fortalezca bajo tierra, pero gracias a estos avances, primo Pintillo, pronto podremos dar a conocer el Sagrado Electrodoméstico a toda la Humanidad al mismo tiempo y, a la vez, protegernos de puñaladas por la espalda, complots o atentados.
- No te digo que no, Calambres bonito - le contesté - quizá esté cerca al fin el Momento Propicio para nuestra olla (ni sagrada ni electrodoméstica, por cierto, pero mejor dejarlo estar, que nunca ha sido prudente contrariar a mi primo Calambres) pero, como hemos aprendido de nuestros mayores, no es la tecnología lo que más debe pesar en nuestra decisión como custodios de la gran olla, ni tampoco la posible difusión a gran escala, sino más bien lo que se refiere a la evolución moral, política (o sea, y además: biológica) de la especie humana.»