martes, enero 19, 2010

Jeroglífico Noiquet



Llevábamos ya un rato con lo de los muslos fríos de José Noiquet cuando el timbre nos interrumpió.

—Disculpen un momento— les dije.

Abrí la puerta y sólo vi un papel amarillento sobre el felpudo.



Por un momento el mundo danzó ante mis ojos. Recordé a Kathleen, a Jimmy y a Connor. Todo nuestro esfuerzo —las reuniones en casa de La Turca, el marrón glacé a medianoche, las charlas con gente adinerada— había sido en vano. Y, por primera vez desde la muerte del Capitán Notario, lloré.

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