jueves, octubre 12, 2006

La poscultura


“Hasta los mismos literatos han asumido este gran giro culturalista y han entrado de una manera resuelta en la edad de la desmitificación. Existen, a buen seguro, excepciones e islotes de resistencia, pero si C.P. Snow pudiera visitar hoy los campus universitarios o los centros de enseñanza secundaria de Occidente no daría crédito a sus oídos; ya no reconocería la vieja escuela. La sospecha ha entrado, efectivamente, en el santuario; los guardianes del Templo han perdido la fe; los pasadistas han sido presa de un ataque de juventud; con la excepción de algunos devotos retrasados, los profesores de letras se dedican hoy a desacralizar su patrimonio. En sus manuales desempolvados se yuxtaponen una fábula de La Fontaine, una imagen publicitaria, la entrevista a un cineasta y el testimonio de un cancerólogo. Es en sus programas donde se ha expoliado a la creación de su aura y donde el pasado se ha visto rebajado, trivializado y privado de todo prestigio. Es en sus clases y no en los departamentos científicos donde el culto a las obras maestras suscita la ironía y donde se interpreta en términos exclusivamente históricos, sociológicos o políticos la supremacía de los llamados textos literarios sobre las otras formas de discurso. Es en los bastiones de las Humanidades donde, en vez de enseñar a reverenciar los clásicos, se enseña a desconfiar de ellos y a hacer fracasar sus tejemanejes y sus astucias oratorias. Es en los antiguos feudos del amor al arte donde se pone en tela de juicio la misma idea de valor estético y donde la inteligencia considera una gloria derribar el muro erigido por una tradición aristocrática entre lo admirable y lo ordinario. En pocas palabras, allí donde había intercesores, se entregan hoy de lleno los demoledores, y es que se ha producido algo que C.P. Snow no había visto venir: la enseñanza de la literatura ha sido derogada para liberar de su collar jerárquico a la multiplicidad de las maneras de decir.
Esta apología de lo plural es hija de la contestación romántica de Las Luces. Con todo, es una hija pródiga. El nuevo culturalismo, en lugar de querer limitar la ambición transformadora de los hombres, se dedica a desactivar la argumentación de sus adversarios: si no se entrega nada que no esté previamente dotado de forma y de sentido por una cultura, ¿en nombre de qué se puede elegir tal dato, erigirlo en modelo ideal, defenderlo contra la muerte o la metamorfosis? Si no hay más que construcciones sociales, ¿por qué dar prioridad a ésta en vez de a aquélla? ¿A la herencia en vez de a su liquidación? ¿A la estabilidad en vez de al movimiento? ¿A la Historia en vez de a la tabla rasa? ¿Al silencio y al tiempo de la lectura en vez de a las nuevas categorías mentales inducidas por la civilización de los ordenadores, de los teléfonos móviles y de las videoconsolas? “El fin de un mundo no es el fin del mundo, sino el comienzo de otro”, proclama impasible, y hasta burlón, el sociólogo Christian Baudelot. ¿Es un avance este comienzo? Poco importa. Lo importante es el cambio. Los románticos toman partido por lo que cae; los posmodernos, por lo que hace caer. Aquéllos lloran; éstos ríen de manera burlona.
Los últimos románticos quisieran oponer un acercamiento prudente al mundo que viene contra la marcha hacia delante cada vez más compulsiva del progreso. El pensamiento posmoderno deslegitima al mismo tiempo la idea de progreso y la virtud de la prudencia. Cuenta con el flujo sin inquietarse por su destino. Liquida el sentido en beneficio de la metamorfosis. Quiere el cambio por sí mismo. Este pensamiento lúdico, perfectamente adecuado a la técnica, que, como nos ha enseñado Heidegger, no es sólo un modo de producción, sino un modo de desvelamiento, se muestra encantado con la trepidación, celebra la ondulante variedad de los acuerdos sociales, homologa sin hacerse de rogar la maleabilidad y la movilidad infinitas del ser. Anything goes. No importa lo que ocurra, dice con una sonrisa. Y esta sonrisa democrática dobla las campanas por la cultura general. Para que sea posible algo como una cultura general y una educación liberal que asegure su transmisión, es preciso, a la vez, una naturaleza que cultivar y una realidad que conocer. Cuando la cultura se identifica con lo que ya está ahí y cuando todas las experiencias de la realidad son consideradas igualmente históricas, igualmente ficticias, igualmente válidas, ya no queda cultura general, sino una pululación de identidades particulares ligadas por la cultura común de los aparatos, de las normas, de las reglas, de las operaciones en vigor en el universo de la técnica y del mercado. Nuestro tiempo reemplaza esta ascensión sin fin que es la cultura animi por la horizontalidad sin fin de las prácticas culturales, y no concede la estampilla de la universalidad más que a la batería de las pericias que requiere la razón instrumental. ¿Y qué es la literatura en todo esto? Una práctica cultural que se muestra altiva y que es menester saber poner en su sitio.
C.P. Snow tenía razón al pensar que la guerra de las dos culturas iba a conocer pronto su epílogo. Sin embargo, se equivocaba al alegrarse. Y es que este epílogo no es el de una cultura que vence a la otra, sino que lo cultural vence sobre todo, se lo traga todo, hace una masa indiferenciada de aquí y de allá, de dentro y de fuera, de lo espontáneo y de lo pulido, de lo feo y de lo bello, de lo trivial y de lo raro, y sumerge en el olvido, robándole su nombre, el doble trabajo de darnos forma a nosotros mismos y de elucidación del ser por cuya conducción se peleaban ardientemente, todavía ayer, los científicos y los literatos.”

Alain Finkielkraut
Nosotros, los modernos
Ed. Encuentro, 2006.
(Trad. de Miguel Montes)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Vuestra Excelencia confiesa que no lo ha leído. No ha tenido tiempo. Se está lamiendo las heridas de alcgún desenfreno etílico capdeserpiano en el palacio francés. Knafler también estaba por allí. O eso creemos.

Anónimo dijo...

Ya lo hemos leído y nos parece bien. Sobre todo, comprendemos por qué le gusta al Mol supremo, pero me temo que casi nadie tiene una idea muy clara de lo que realmente pasa en las aulas. No es exactamente eso, pero tiene que ver.
El juicio cultural, sin embargo, acertado. Debes leer "La rebelión de las masas", recomendamos una vez más.

Anónimo dijo...

Il gratte sous les décombres du sens. En cela, il est réactionnaire. Il fouaille à mains nus.

Anónimo dijo...

El usuario anónimo es un tío muy cabal.
Afrancesado, pero cabal.

Vamos, digo yo.

Se me ocurre.

Podría ser.

Adiós.