miércoles, noviembre 29, 2006

Minestrone a todo gas


Minestrone tardó unos segundos en reaccionar. Todavía sobresaltado, con el corazón latiéndole con fuerza en el pechito, se asomó al interior de su coche por la ventanilla del asiento trasero. Entre cristales, una gruesa carpeta forrada de fotos de la que asomaba una hoja con unas cuantas palabras escritas en tinta roja. Alargó el brazo hasta alcanzarla con el presentimiento de que un trueno negro amenazaba su atribulada misión. Al momento comprendió que el Vigésimo Noveno Plan Molar quizá se había cobrado ya su primera víctima.

YA ESTÁN AQUÍ. PUEDO OIR CÓMO SE ACERCAN.
QUIZÁ HA LLEGADO PARA MÍ LA HORA MALA.
Manubrio.

Apenas hubo acabado de leer las que bien pudieran ser las últimas palabras de D. Ludibrio antes de entregarse a su destino, cuando todo el callejón se iluminó y oyó a su espalda el estruendo de un motor que arrancaba, el aullido de un cazador sediento de sangre y un fragmento de la Banda Sonora Original de Banner y Flappy a un volumen que perforaba los tímpanos a pares.
La sangre se le heló en las venas, el vello de la cerviz se le erizó, sintió ganas de llorar abrazado a una estatua de mármol, pero, siempre intrépido y nunca pusilánime, Minestrone se puso de un salto al volante de su bólido para emprender la huida.

El Tyrrell P 34 de la Bestia Mulé le pisaba los talones y sabía bien que no sería fácil darle esquinazo, pero a la vez sentía en su interior, bufando sangre, la luz de su estirpe, y cómo era su lugar la batalla y no el andar ocupado en melodías bailables de una flauta al arrullo de los silbos nemorosos.
Y junto a esa furia ingénita crecía también la rabia de saber que cuando emprendiera el rescate de Manubrio (y vive Dios que lo haría) quizá ya fuera demasiado tarde.

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