miércoles, junio 21, 2006

El Doctor Ivory y su enfermito propio


“También, durante mi estancia en París, conocí a otros tipos pintorescos, que aunque no lograran la popularidad de los anteriores, no por eso son menos interesantes.
A uno de ellos, quizá el más pintoresco, lo conocí, completamente desnudo, en Montmartre.
Y no es que fuese Adán ni que fuese Eva. No.
Era un señor que iba desnudo, con todo fuera, sencillamente porque era muy pobre, y como era tan pobre no tenía dinero ni para comprarse una camisita, ni un traje, ni un abrigo, ni siquiera un trapo roto…
Era tan pobre que tenía también un hijo pobre. Un niño de pocos meses con la barba ya crecida por no tener dinero ni para ir a afeitarse a la peluquería.
Al señor aquel, que se llamaba Monsieur Bonald, al principio de ser pobre le daba mucha vergüenza salir a la calle desnudo, y se quedaba todo el día en la cocina de su casa, y allí se pasaba las horas muertas mirándose los brazos y la barriguita, que nunca se cansa uno de verse, ya que es de las cosas que más entretienen.
Con él jugaba el niño, también en cueros, y padre e hijo hacían en su casa lo que se hace cuando se está desnudo: tomar duchas y hacerse uno a otro, encima de la mesa, grandes operaciones quirúrgicas. Un día el hijo le hizo al padre la operación de la apendicitis; y otro día el padre le hizo al hijo la operación del riñón. Todo, claro, sin necesidad y sólo para aprovechar que estaban desnudos.
No tenían qué comer, la miseria les iba matando poco a poco y los vecinos empezaban a criticarles por su indolencia. Y entonces decidieron salir a la calle a pedir limosna.
El primer día que salieron a la calle, así desnudos, con todo fuera, llamaron mucho la atención, y la gente, tan poco acostumbrada a ver personas desnudas, se creía que eran conejos o bichos de esos del campo. Nadie podía figurarse que fuesen un señor y un niño, y los transeúntes les echaban hierbas y les hacían comer pan y papeles en la mano.
[…] Las señoras y los caballeros les entregaban monedas de plata y cobre, y en cinco días que estuvieron así por las calles cogieron miles de francos.
[…] Pero a pesar de coger tantas limosnas, y de ganar más dinero que en la vida ganó ningún mendigo, el padre y el hijo, con la boca abierta por el asombro, veían que seguían tan pobres como siempre, hasta el extremo de no tener dinero ni para comprarse un pedazo de pan.
La razón no era extraña.
Era simplemente que ellos cogían el dinero y se lo metían en el bolsillo, como hace todo el mundo que coge dinero. Pero como el padre y el hijo iban desnudos y los que van desnudos no tienen bolsillos, el dinero no se sabía dónde iba a parar…
[…] Un día Bonald, que había enfermado con tanto disgusto, tropezó en su camino con el doctor Ivory. Y el hijo, a su vez, tropezó con el bondadoso monsieur Picard, los cuales habían de salvar a los dos de su miseria.
El doctor Ivory era un sabio doctor que estudiaba desde por la mañana hasta la noche tantos libros gordos para saber curar a los enfermos, que no le quedaba tiempo ninguno para curar a los enfermos, ni siquiera para verlos, ni para nada.
[…] Y aquel sabio doctor, un día, en la calle, encontró a monsieur Bonald, desnudo, enfermo y desnutrido, y pensó comprarlo para llevárselo a su casa y tener un enfermito propio.
Aquel sabio doctor, por lo tanto, además de un magnífico quirófano y una elegante biblioteca, tuvo desde entonces un enfermito propio, para él solo, que era suyo y muy suyo, y que nadie más que él podía tocar por dentro y por fuera.
Había sido la ilusión de toda su vida, y por eso, al conseguirlo, estaba tan contento y tan colorado que daba gusto verlo…
- Cuando tú seas un médico muy rico – le decía de pequeño su madre buena – podrás tener un enfermito para ti solo, y lo pondrás en la sala que da a la calle, junto al piano, y podrás mirarle la lengua siempre que tú quieras, nenito mío.

Cuando la madre le decía esto, el niño estudiaba con ahínco y era muy bueno y muy formal, pues prometerle a un niño que estudia medicina un enfermito de verdad, con diabetes y todo, es como prometerle un barco al que estudia para marinero o un traje de maja al que estudia para cupletista.
[…] Por este motivo los médicos pobres que no pueden comprar un enfermo, aunque sea pequeño y no esté fresco, están siempre tan tristes y nada les divierte.
El doctor Ivory, en cambio, estaba encantado con su enfermito propio, al que había puesto en la salita, sentado en una butaca y cubierto con una tarlatana para que no le picasen las moscas.
[…] Cuando llegaba una visita de confianza para el doctor, o para su señora, después de merendar en el comedor, pasaban a la salita y les enseñaban el enfermo para presumir.
- Tiene dieciocho enfermedades, todas graves – explicaban, lo mismo que al enseñar el aparato de radio decían: “Tiene ocho lámparas”.
Las visitas lo miraban por todas partes, levantando la tarlatana, y lo encontraban muy barato, y decían que con aquel enfermito en aquel rincón la sala resultaba mucho más mona. Y todos se sentaban a su alrededor y le echaban bromoquinina.
Pero el enfermo duró sólo unos diez años. Luego se murió.
Y éste fue el final de monsieur Bonald. En cuanto al hijo, su final fue muy diferente. Él tuvo más suerte al encontrar al bondadoso monsieur Picard.”

Miguel Mihura
Mis Memorias, 1948.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Here are some links that I believe will be interested

Anónimo dijo...

Hi! Just want to say what a nice site. Bye, see you soon.
»

Anónimo dijo...

Interesting website with a lot of resources and detailed explanations.
»